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Andar por el mundo

El azar ha hecho coincidir en esta semana dos acontecimientos llamados a transformar las relaciones entre Estados. Con todas las cautelas y distingos de rigor, la Cámara de los Lores del Reino Unido, a la que se supone a salvo de cualquier desliz demagógico y hasta de cualquier veleidad democrática, ha resuelto que la inmunidad no siempre ampara a los jefes de Estado. Al mismo tiempo que los jueces lores emitían su histórico fallo, las fuerzas armadas de la OTAN, sin mandato expreso de las Naciones Unidas, mostraban en la práctica los límites de la soberanía de un Estado bombardeando sus instalaciones militares.No por azar, sino como lógico resultado de iniciativas tomadas hace tiempo, España se ha visto involucrada en ambos acontecimientos. En el primero, es evidente que si un juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, hubiera carecido de la determinación necesaria para perseguir los delitos por los que Augusto Pinochet es justiciable ante un tribunal español, hoy no habría caso y estaríamos donde estábamos hace tan sólo unos meses: Pinochet sería inmune y podría ir de compras o de clínicas por Londres. En el segundo, es claro que si no se hubieran modificado de forma sustancial los términos de la incorporación de España a la OTAN establecidos en un referéndum, los aviones españoles no participarían hoy en acciones de guerra contra el Estado yugoslavo.

Por la iniciativa de un juez o por la agresiva incorporación a la estructura militar de la OTAN, lo cierto es que estamos en el mundo. Este nuevo estar, después de una más que centenaria historia de aislamiento, introspección y autarquía, plantea a España, a su Estado por una parte, pero también a su sociedad, nuevas exigencias. Y aquí parece producirse un sorprendente desfase: si los medios de comunicación han respondido con rapidez y calidad a la demanda de información y análisis, si la sociedad española puede entender y opinar gracias a que lleva años interesada por lo que ocurre en el mundo, la actitud del Gobierno ha sido en los dos casos recelosa, a la defensiva, carente por completo de iniciativa, como si ninguno de esos acontecimientos le afectara, como si ninguno tuviera nada que decir a la opinión pública ni que debatir en el Parlamento.

No hay más que ver la atención que ambos sucesos han acaparado en los medios de comunicación y contrastaría con las apariciones de personajes oficiales para percibir esa distancia. Por lo que respecta a Pinochet, la Fiscalía del Estado, cuya dependencia del Ejecutivo no ha hecho más que reforzarse durante los últimos años, y el ministerio de Justicia han desbordado los límites que impone el decoro y se han cubierto de gloria al empecinarse en una línea de actuación errónea y finalmente desautorizada por la más hermosa reliquia del Antiguo Régimen que queda en Europa, la Cámara de los Lores. Y por lo que se refiere al ataque de la OTAN, el ministro de Asuntos Exteriores se ha tomado todo el tiempo del mundo para no decir nada, mientras el presidente del Gobierno se limitaba a emitir desde Berlín un comunicado escrito tal vez por un funcionario de tercer o cuarto nivel en el que prometía informar ¡¡con más detalle!! de todo lo concerniente a los pormenores de la crisis.

¿Falta de reflejos, ocasión perdida, o más bien una concepción de las relaciones internacionales que busca más presumir de amigos que afirmar una presencia basada en el debate público y un consenso institucional? Ni a la ciudadanía ni al Parlamento ha tenido a bien dirigirse el presidente del Gobierno para explicar cuál es su política, cuál nuestro nivel de compromiso, cuáles los riesgos que se corren. De política exterior, si fuera por el Gobierno, lo único que sabríamos es la gran amistad que une a nuestro presidente con los primeros ministros de las potencias europeas. Pero luego, a la hora de la verdad, da la impresión de que el Estado español siga, como era costumbre, andando por el mundo solo.

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