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Kosovo, el día después

Francisco Veiga

Al día siguiente de que caiga la última bomba atlantista sobre posiciones serbias y termine el espectáculo mediático correspondiente, comenzarán a abordarse los problemas reales que tienen planteadas en Kosovo las potencias intervinientes. Dejando de lado las mil y una incertidumbres que afectan a la OTAN ante su posible intervención, los problemas políticos referidos a Kosovo son tan variados y de tal envergadura que en el espacio de este artículo apenas pueden ser esbozados.El primero es que ningún partido albano kosovar querrá jugar seriamente la baza impuesta por las potencias occidentales: formar parte de la federación yugoslava. Se limitarán a aguantar tres años para poder proclamar su independencia, confiando en que las tropas de la OTAN estacionadas allí protejan su boicot a las reglas de ese juego político impuesto por las potencias intervinientes. Por supuesto, existen en Occidente las consabidas voces que apuestan por la opción secesionista como la más fácil y las más justa, pero esa salida es pura y simplemente pan para hoy y hambre para mañana. Como república independiente, Kosovo dista mucho de ser viable: harían falta masivas inversiones para poner en marcha su arruinada infraestructura industrial y agrícola, al margen de que su disparada tasa de natalidad hace que el desempleo sea un problema crítico con o sin serbios. Por si fuera poco, los partidos albaneses de Kosovo están profundamente divididos entre sí. Y uno de ellos, el que constituye por sí mismo el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), es un problema muy serio en sí mismo. Hace pocos días, el diario Illyria, órgano de la comunidad albanesa en los Estados Unidos, reproducía las amargadas declaraciones de James Hooper, un ex alto cargo de la diplomacia norteamericana y actualmente miembro de la Balkan Action Council, un lobby albano kosovar que desde hace ya mucho tiempo pide una intervención occidental en la zona: "El problema es que los Estados Unidos y la OTAN tienen dos problemas juntos: uno es Milosevic, el otro es el ELK (Ejército de Liberación de Kosovo). Los moderados albaneses están siendo aplastados entre los serbios y el ELK".

Hooper trasladaba a su entrevista todos los resquemores que los políticos albano kosovares han acumulado contra el ELK pero que el actual momento delicado no les permite expresar. Por si fuera poco, el ELK es víctima de profundas rencillas internas entre facciones, desde aquella soportada desde la diáspora albano kosovar en Alemania y Suiza hasta la de los líderes de los kacaki o guerrilleros de la región de Drenica, de arraigada tradición combativa y que en su calidad de "irregulares" son más duros que los "profesionales" de las otras unidades del ELK. Todo ese complejo panorama hace temer que un Kosovo independiente se transforme en un Bangladesh europeo, en perpetuo riesgo de inestabilidad política y social.

¿Significa esto que Belgrado debe continuar ejerciendo su arbitraria política en Kosovo? Desde luego que no; pero tampoco conviene hacerse falsas ilusiones sobre soluciones quirúrgicas milagrosas. Ni siquiera el poder de Milosevic se vería afectado. Aparte de que perder ante enemigos muy superiores en fuerza le daría una justificación para continuar en su puesto, habría que contar con él como garante de un nuevo compromiso. ¿En quién confiar caso de que alguien pudiera derrocarlo desde el exterior? ¿En el radical Seselj, en el inestable Draskovic, en cualquiera de los políticos tornadizos de la escena política serbia? Para muestra, lo que está ocurriendo en la Republika Srpska.

Y ya que sale a colación, la independencia de Kosovo significaría que dejarían de existir argumentos para defender la continuidad de una Bosnia federal multiétnica. Bendecir la secesión de los albaneses con el argumento de que no pueden coexistir con los serbios haría válidas las tesis de los radicales serbobosnios y croatobosnios de que también para ellos es inviable la vida en común con los bosniacos. Ahora mismo esto ya no es una hipótesis: tienen mucho que ver con este planteamiento la crisis entre Westendorp y los políticos de la Republika Srpska en torno al arbitraje de Brcko, y la tensión desatada entre bosniacos y croatobosnios por el extraño atentado contra Jozo Leutar, ministro del Interior en la Federación croato-musulmana, acaecido el pasado 16 de marzo.

¿Cabe la posibilidad de que Kosovo se integre en Albania? Por el momento parece un final remoto. La mayoría de los albaneses no lo desean, porque, al margen de sus opiniones sobre las diferencias con los hermanos kosovares, saben que el país no asimilaría fácilmente el impacto de esa reunificación: ni político ni económico ni demográfico. De hecho, Albania va tan mal que en Italia, desde los pasillos de la Farnesina a la prensa, se ha estado debatiendo la conveniencia de hacer de ese país un protectorado.

Y para terminar, queda la cuestión macedonia. No es ningún secreto que el ELK propugna la unión de los albaneses allende Kosovo y eso incluye el tercio occidental de Macedonia, poblado de albaneses, muchos de ellos originarios de Kosovo, de mentalidad especialmente tradicionalista. En Skopje se rumorea con cierto fundamento que, de incógnito, ya están desplegadas en la pequeña república unidades del ELK armadas y preparadas. En la prensa albano macedonia se idolatra a los hermanos luchadores del otro lado de la frontera, y el terreno está listo para la aparición de opciones políticas más radicales que las representadas por los principales partidos albano macedonios actualmente existentes. Mientras la situación en Kosovo no se haya definido, en Macedonia reinará una tensa calma y la fría separación interétnica entre albaneses y eslavo macedonios. Pero Kosovo sentará un precedente, sea el que sea, y no faltarán albaneses que pidan lo mismo para ellos en Macedonia. Si eso ocurre, la existencia de la minúscula república -el Estado más joven de Europa- quedará en entredicho.

En fin, ocurra lo que ocurra, tenemos Kosovo para rato. Ya se habla de cinco años como primer plazo de permanencia para las tropas de la OTAN en el sur de los Balcanes. Por desgracia, cada vez hay más cancillerías balcánicas, desde Zagreb a Atenas, pasando por Sofía, Skopje y, por supuesto, Belgrado, que piensan algo muy peligroso: que los arreglos arbitrados por las potencias intervinientes en las últimas crisis balcánicas son en realidad parches provisionales y, por lo tanto, perecederos. Demasiado perecederos.

Francisco Veiga es profesor de Historia de Europa Oriental en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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