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Haz y envés

PACO MARISCAL Que todo tiene un haz y un envés es una frase manida, sobada y actual, aunque se pretenda que comulguemos con ruedas televisivas de molino. El haz suele ser brillante y lustroso; el envés queda casi siempre oculto en la parte de abajo. En las hojas primaverales, haz y envés forman un todo y son una delicia para quienes se deleitan con la renovación que cíclicamente nos ofrece el campo, incluso en las secas y áridas tierras valencianas. Derecho y anverso tienen, vecino, hasta las fiestas: de un lado luz, color, fuego efímero y bullicio callejero; del otro la fuga de quienes huyen del jolgorio urbano y del ruidoso petardo buscando la tranquilidad de los días de asueto. Todo es normal, manido y sobado como las dentríficas sonrisas de los prohombres y mujeres del poder en el balcón del Ayuntamiento de la capital valenciana, como esas lágrimas usuales y sinceras de la jovencita, cuya peineta y foto en portada finalizan con el último fuego fallero. Luego queda la resaca y mucho plástico colgado por las calles a la espera de que el viento lo convierta en trizas. Son las dos caras de las fiestas desde hace bastantes décadas. Desde hace menos décadas, casi siempre en primavera, casi siempre cuando brota hasta el rastrojo y se aproximan las elecciones, aquí se empecinan en presentarnos un haz sin un envés, como si los valencianos fuéramos del género tonto y no supiésemos de siempre que las hojas tienen dos caras. Se empecinan quienes gobiernan en mostrarnos y vendernos el lado amable y fantasiosamente brillante de las cosas. Los gobiernos anteriores al de Eduardo Zaplana ya hicieron sus pinitos en la materia con la ayuda inestimable de Amadeu Fabregat; ahora, y como era previsible, el gobierno del PP abruma. Aquí lo que cada vez nos gusta más es la Comunidad Valenciana, el haz que no el envés de la misma: imágenes fulgurantes y en color con palacios de exposiciones, infraestructuras varias, viviendas mil, empleo para todos y ausencia de paro juvenil, ancianos mejor tratados por la Administración regional que en Dinamarca, y edén donde la rana de la amenazada Albufera se convierte en princesa, gracias al beso mediático de la televisión autonómica. Esto no es el País Valenciano ni el cristiano Reino de Valencia que fundara Jaume I, castigador de sarracenos: el edén, es el edén. Y si no lo es del todo, culpa es de los perversos socialistas, por quienes habrá que organizar cualquier día unas rogativas. Estas gentes de nuestro Partido Popular o ignoran o pretenden ignorar que la hoja tiene dos caras, y la realidad también. Inseparable del haz está el envés, y con ése se tropieza a cada instante como se tropieza con la fiesta o con el mar. Se tropieza con el atasco en Sagunto o en Nules, o con el peaje en Puçol que son 555 pesetas antes del aumento. Quien muestre disconformidad es un resentido que nada sabe del poder valenciano de Eduardo Zaplana en Madrid; es un ciego en esa tierra de las flores que es peor que serlo en Granada. En Betxi, los adolescentes coloca sus pupitres en lo ancho de la calle contra el hacinamiento escolar y la falta de centros en condiciones: carece de importancia, porque eso es el envés y el resentimiento de quienes no comulgan con el plato publicitario en forma de haz que difunde el PP. Es una lástima y una pena torera, que nuestra derecha valenciana no sea más que un apéndice del desarrollismo actualizado de los años sesenta, que venda su imagen con técnicas del Nodo, y que pretenda que nos olvidemos de la realidad con dos caras con la que se tropieza todos los días.

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