Un sopor
Alguien llegó a dormirse... Es difícil de explicar tanta vulgaridad, tanto desánimo en unos novilleros que aún tienen todo el camino por recorrer, tanto novillo malo. Y la función se hizo soporífera e interminable.Dos horas y cuarto duró. Dos horas y cuarto sin que sucediese nada digno de mención, excepto el juego de un novillo noble que salió brindando las orejas a quien quisiera cogerlas y cuando lo arrastraron las llevaba puestas e inmaculadas.
Dos horas y cuarto sin que ocurriera nada; se dice pronto. Cierto que hubieron de comparecer los cabestros para llevarse a un inválido devuelto al corral, mas no se demoraron mucho. Mandaba la tropa el mayoral Florito que es ídolo de la afición de Madrid y pasa por ser el mejor cabestrero de España. Un grado discutible, en realidad, ya que hay en Valencia otro mayoral de superior pericia cabestrera. Se llama Martínez y es hijo del conserje de la plaza, hermano del que fue matador de toros Alberto Martínez, hoy banderillero de mucha profesionalidad.
Recitales / Albán, Muñoz, Reina
Novillos de Los Recitales (uno devuelto por inválido), bien presentados, muy flojos, poca casta, manejables; 5º, encastado y noble. 3º, sobrero de La Guadamilla, con trapío, inválido y descastado. Guillermo Albán: pinchazo perdiendo la muelta y estocada caída (silencio); estocada corta caída (silencio). Alberto Muñoz, de Collado Villalba: cinco pinchazos tres de ellos perdiendo la muleta -aviso- y cuatro descabellos (silencio); pinchazo perdiendo la muleta, dos pinchazos, estocada -aviso- y descabello (pitos y algunas palmas). Reina Rincón, de Ciudad Real: media tendida muy baja y bajonazo infamante (silencio); dos pinchazos, estocada atravesada y descabello (silencio). Los dos últimos nuevos en esta plaza.Plaza de Las Ventas, 21 de marzo. Media entrada.
Martínez no deja los cabestros en la arena a la buena de Dios soltando cagallón donde les place ni los manda a tomar por saco -quiere decir a la otra punta del redondel- según suele Florito; quien luego ha de correr la Maratón de un lado a otro, azuzando, consintiendo y aún citando con la chaquetilla. Martínez sitúa la parada en el tercio aledaño a chiqueros porque, al fin y al cabo, ahí ha de acudir el toro. Y apenas se deja ver. Sale al redondel lo justo, les habla a los cabestros en valenciano y les dicta las normas de procedimiento con buenas palabras, salvo si ha de mentarles la madre. Nunca grita ni alborota. Y transcurridos apenas un par de minutos ya ha conseguido que se arrime el toro, que le den coba los cabestros, que galope al corral.
El toro al que se llevaron los cabestros avecindados en Madrid estaba inválido, como prácticamente toda la novillada. Prácticamente toda la novillada resultó aburrida, a veces incierta mas no por malquerencia sino a causa de su propia invalidez.
Los parones y las incertidumbres de los novillos provocaron sendas volteretas, una a Guillermo Albán, otra a Reina Rincón. La voltereta de Rincón, acaecida en el primer novillo, se produjo al intentar una espaldina. Se desconocen las motivaciones de esa espaldina, que es suerte menor y bastante hortera -prodigada por las figuras, eso sí- pues estaba toreando por redondos y naturales de excelente corte y nadie en los tendidos le demandaba tremendismos. Quizá fueron, en cuanto toreo, lo más destacado. Al cuarto le aplicó faena superficial, reiterativa y plúmbea. Alguien del entorno debería decirles a estos toreros principiantes que todo empieza y termina en la vida, las faenas de muleta también; que una docena de muletazos instrumentados a modo bastan para poner la plaza boca abajo; que pegar pases no es torear; que pegándolos a destajo no se es más torero sino más paliza; que los muchos pases son prueba del escaso fundamento de las faenas; que...
Pero calla, corazón.
Reina Rincón, a quien se le conocen mejores formas de anteriores actuaciones, naufragó en estos excesos pegapasistas y perpetró un bajonazo perseguible de oficio. En parecido naufragio se sumió Alberto Muñoz, si bien dentro del marasmo sacó varios redondos y naturales de categoría. De estos le dio pocos al quinto novillo, cuya encastada nobleza reclamaba la gallardía, el arte, el sentimiento que son propios del arte de torear; no ese montón de pases soporíferos e incoherentes que dejó al público pegando cabezadas. Y algún despendolado ronquido también.
Babelia
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