Boticas con historia
Tienen más de medio siglo, aunque sólo algunas lo aparentan. Cruzar el umbral de sus puertas es entrar en un mundo que en apariencia, sólo en apariencia, transporta varias décadas atrás. Aún tienen expuestos tarros de hierbas o medicamentos de antaño, instrumental obsoleto, títulos de los anteriores boticarios..., pero que tras esa fachada arcaica ofrecen un servicio idéntico al de las modernas farmacias que más bien parecen supermercados. Repartidas por Euskadi debe haber varios centenares de farmacias que han cumplido los 50 años. Algunas, muchísimos más. La farmacia Gabilondo, ubicada en Bermeo, es la más antigua de Vizcaya. Abrió sus puertas a finales del siglo XVIII. No sólo eso, sino que además, pese a que han transcurrido dos siglos desde entonces, la regenta la misma familia. Los añejos títulos de todos los boticarios que ha habido en la familia adornan la pared de detrás del mostrador en una estancia que ha cambiado mucho desde entonces. Las sucesivas reformas han hecho que la decoración actual recuerde a la de los años cincuenta. La historia detallada de este establecimiento es una de las recogidas en un libro editado por el Colegio de Farmacéuticos de Vizcaya, con el patrocinio de BBK. El grueso volumen, que carece de fotografías -"Es una pena", apostilla un farmacéutico- repasa los avatares de las 138 boticas vizcaínas fundadas antes de 1947. Algunas de las historias recopiladas por Arantza Saratxaga, autora del libro, son realmente peculiares. El propietario de la farmacia Aristegui, fundada a comienzos de siglo en la Gran Vía bilbaína, acabó vendiéndola y se metió monje en el monasterio de Silos. Antes de tomar esta decisión, el farmacéutico fue durante años anfitrión de tertulias en la trastienda de la botica. Entre los contertulios había literatos, pintores y el abad del monasterio de Santo Domingo de Silos, un dominico francés. En torno a aquella mesa se sentaron Aranzadi, Juan de Echeberría y Regoyos, Unamuno, Achúcarro y otros personajes ilustres de la época. Acudir a conversar a una farmacia era habitual. También se celebraron en la botica Unceta, ubicada en la calle San Francisco de Bilbao desde 1881. La actual dueña es Josefa Suárez, viuda de un Unceta y madre de tres uncetas, dos de ellos farmacéuticos. Han intentado mantener intacta la fachada original y la primera estancia del establecimiento. Llegar hasta el lugar, incluso a primera hora de la mañana, significa cruzarse con patrullas policiales, trapicheros varios y vecinos que hacen su vida cotidiana en tan hostil ambiente. Suárez recuerda que por allí pasaron a charlar Indalecio Prieto o el doctor Areilza. Productos propios Como era costumbre, también los Unceta fabricaban productos propios. En su caso era un crecepelo que vendían incluso en Argentina. Funcionaba, asegura la boticaria. Pero los tiempos cambiaron y hace 15 años se dejó de elaborar. Suárez afirma que en ese barrio aún son muchos los que consultan al farmacéutico antes que al médico. Otra farmacia de la misma calle, hoy llamada Jiménez Hernández, inventó y comercializó el laxante Miguelez, el apellido de la familia que entonces la regentaba, y un callicida que se vendía en toda España. Los propios farmacéuticos, sus ayudantes más veteranos y los archivos municipales son las fuentes con las que se han reconstruido las historias. Otra de las recogidas es la del boticario de Elorrio José María Goicoechea, padre del inventor del Talgo. Goicoechea además de boticario fue un emprendedor. En 1917 financió una de las primeras exploraciones en busca de petróleo, que realizó con un equipo alemán. Pero el dinero se acabó y tuvo que admitir que extraerlo le salía bastante más caro de lo que hubiera logrado con su explotación.
Jóvenes pero museos
No tienen la edad provecta del resto pero sí importantes tesoros. Sendas farmacias de Sestao y Barakaldo han sido incluidas en el catálogo pese existir sólo desde los años sesenta. Los responsables de una y otra se han dedicado durante años a coleccionar lo que otros boticarios desechaban. Hasta de las basuras ha recuperado Antonio del Barrio algunos de los más de mil objetos que guarda en la trastienda de su farmacia como oro en paño. Fue el caso de una de las piezas más distinguidas de su colección, que guarda en una urna: Un tarro de cristal marrón con una etiqueta en euskera y castellano del Gobierno vasco de la República. A Del Barrio le picó el gusanillo de recolectar recipientes y útiles farmacéuticos cuando el médico de su pueblo, en Soria, le regaló el que daría origen a la colección. Siempre anda a la búsqueda. Su última compra fueron unos tarros con el escudo de Vizcaya de principios de siglo que encontró en una farmacia madrileña. Otros dos tesoros son un recipiente de la Inquisición y otro del Monasterio de Escorial.
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