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Quien reforma, muere

Joaquín Estefanía

En la crónica de la semana hay dos movimientos telúricos que afectan a la estructura del sistema por sus consecuencias profundas. Ambos se han dado en el seno de la Unión Europea: la dimisión de Oskar Lafontaine como ministro de Finanzas del Gobierno alemán, y la OPA (oferta pública de adquisión de acciones) hostil de la Banque Nationale de Paris (BNP) sobre Paribas y la Société Générale (SG), en Francia.La dimisión de Lafontaine, el más brillante de los nietos políticos de Willy Brandt, plantea -independientemente de los efectos coyunturales de su práctica política- algunos interrogantes sobre la relación entre la política y la economía. Su marginación de la política alemana recuerda la rectificación que Mitterrand tuvo que dar a su política económica en 1981, de la que tanto aprendieron los socialistas españoles. Entonces, el experimento de expansión de la demanda en un solo país duró más que la presencia de Lafontaine en el Gabinete de Schröder.

Casi 20 años después se ha vuelto a repetir el mismo eslogan: no se puede gobernar en contra de la economía. Lo que suscita, una vez más, el debate entre la legitimidad democrática y el mercado, la autonomía de la economía de los deseos de la mayoría de los ciudadanos. Mientras se discutía en el Bundestag la reforma fiscal apadrinada por Lafontaine, los representantes de las empresas aseguradoras, con Allianz al frente, pedían su cabeza al canciller Schröder.

La caída de Lafontaine demuestra la dificultad de esbozar reformas en el esquema de la política económica dominante. El ex ministro de Finanzas es un hombre de convicciones y pretendió aplicarlas sin tener el poder para ello, ni la habilidad suficiente, por lo que los seis primeros meses de Gobierno socialdemócrata han sido un desastre: quiso controlar la autonomía del Banco Central Europeo, al pedir la baja de los tipos de interés; reducir el impuesto de la renta para los ingresos bajos, penalizando a las grandes empresas y a los contribuyentes con más posibles; expandir la demanda a través de las subidas salariales, etcétera. Caminaba por la dirección prohibida, independientemente de que fuese, o no, la correcta, y ha devenido en el ejemplo de quien reforma, muere.

La OPA de BNP sobre SG y Paribas (que habían anunciado su fusión para constituirse en el cuarto banco del mundo) también conlleva algunas lecciones. La primera, la apuesta del capitalismo francés por ocupar un lugar determinante en el mundo de las macrofusiones.

Al mismo tiempo que la OPA bancaria (que daría lugar al primer banco del mundo) se conocía el interés de Renault por entrar en el capital de Nissan y comprar la rumana Dacia, con la que devendría en el cuarto constructor automovilista mundial. Poco antes, el grupo asegurador francés Axa (fruto de la fusión de las aseguradoras Axa y UAP: la mayor empresa europea y la segunda del mundo) lanzaba una OPA amistosa sobre la británica Guardian Royal Exchange para convertirse en la tercera compañía aseguradora del Reino Unido.

El capitalismo francés, amamantado en las ubres del Estado, ha cambiado de naturaleza en los últimos años. "Se acabó el capitalismo de papá", ha declarado el presidente de BNP, un banco inferior en tamaño y capitalización bursátil a la fusión de SG-Paribas y que, sin embargo, ha lanzado una OPA sobre la misma.

¿Cómo se podrá gestionar sin acuerdo esta fusión a tres bandas? El vicepresidente y consejero delegado del BBV, Pedro Luis Uriarte -un banco que ya sabe de las malas consecuencias de una OPA hostil y de las dificultades de una fusión amistosa- ha dicho que la oferta de BNP hará que "presenciemos operaciones inimaginables y de gran calado". Mientras tanto, se multiplican los intentos de blindaje en las grandes sociedades.

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