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Dos caras

Cuando menos. Dos caras: del ser humano, de la completa realidad, de dos que aman, de dos que se aman. Cuando menos, dos caras.Nunca me gustó esa expresión que se refiere a las dos caras de una misma moneda, porque la naturaleza de esas dos caras está condenada a la soledad, a la incompatibilidad, a la incomunicación, a la imposibilidad de verse alguna vez la una a la otra, frente a frente. Y lo que llamamos realidad es algo mucho más rico que una moneda y tiene, cuando menos, dos caras que, sabiendo mirar, pueden llegar a verse.

En el Centro de Arte Reina Sofía se celebran (celebramos) dos exposiciones de fotografía (instantáneas se han llamado a veces, porque "enseñan" el tiempo), frente a frente, que nos muestran, con la máxima lucidez del ojo, las, cuando menos, dos caras de eso que llamamos realidad. Los títulos escogidos para ambas son significativos: Cara a cara, para las fotos de Robert Capa sobre la guerra civil española; Al descubierto, para las fotografías realizadas por Man Ray entre 1919 y 1948.

Cara a cara me imagino yo, mirándose uno al otro, a Robert Capa y a Gerda Taro, esa "bellísima pareja de novios" que "llevaban en el rostro la alegría del peligro, la sonrisa de una juventud inmortal", como supo describirlos Rafael Alberti en La arboleda perdida; al descubierto me imagino yo, mirando el mundo, a Man Ray, "ese hombre con cabeza de linterna mágica", como se refirió a él André Breton, ese "Man Ray= sust. masc. sinón. de alegría, gozo, gozar", como lo definió Marcel Duchamp. Alegría. Ésa es la palabra que se repite para referirse a dos miradas tan aparentemente distintas, tan complementarias. Porque sólo con el entusiasmo que produce la alegría de estar vivo puede uno "ver", en sus dos, en sus múltiples caras, la naturaleza, hermosa y trágica a un tiempo, de la vida.

La tragedia, el drama del mundo, se impone sin paliativos, como estalla una bomba, como impacta el disparo del terror, de la desolación de los ojos de esos niños que fotografió Capa en nuestra guerra. La tragedia va mal vestida, como las mujeres españolas que vio Capa entonces. El drama persigue implacable, y por eso su movimiento es tan veloz como las carreras de los que intentan huir del horror que les persigue, de lo incontestable de la muerte, esa "ingeniosa muerte que viene del cielo" y dijo Robert Capa.

Pero también la belleza es incontestable. La belleza es sencilla como el detalle de un gesto, abstracta como esos Objetos matemáticos que plasmaba Man Ray, sutil como cada uno de sus retratos, inquietante como esas imágenes "rayografiadas" que muestran lo otro, lo que también es realidad, porque lo vemos. La belleza es esencial y no puede ser sino desnuda. Por eso Man Ray fotografió tantos cuerpos al descubierto, sin más traje que una piel que también es sin paliativos. Y el movimiento de la belleza es leve como un hombre posando, perpetuamente estático como el acercamiento de unos labios que se rozan con otros, brillante como las lágrimas (¿quién diría que falsas?) sobre el rostro de Lydia, pianissimo como la espalda musical de Kiki de Montparnasse.

Así que drama y belleza son dos caras pero no una moneda, son dos caras frente a frente que se miran y se identifican y se aceptan, indisolubles, con la alegría de poder verse, de poder enfrentar, cara a cara, el peligro, de poder sonreír para ser siempre jóvenes e inmortales. Belleza y drama son al descubierto para ser dos cabezas desnudas que se guiñan su magia como un faro.

Así que consiste en mirar cara a cara y al descubierto el drama y la belleza intrínsecos en los ojos que, a su vez, miran al descubierto y cara a cara la belleza y el drama de otros ojos. Juntos, despojados de la apariencia mal vestida, de la cara sin afeitar del drama a secas, de la tragedia a solas. Juntos, desnudos y brillantes como la belleza esencial.

Ésa es la alegría, la sonrisa a la que se refería Alberti, el gozo que definió Duchamp. La alegría de poder ver la vida con la pasión de Man Ray, con la valentía de Robert Capa. La vida como la alegría de una "bellísima pareja de novios".

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