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Dos comunidades con una vida conjunta, pero separadas por una verja

La soberanía se desdibuja o, al menos, se matiza a medida que se acerca la verja de Gibraltar y se alejan Madrid y Londres. La proximidad geográfica e incluso los parentescos de sangre pesan mucho, casi todo, entre estas dos comunidades de vecinos-extranjeros desde hace 300 años. El recrudecimiento de los controles en la parte española de la frontera a raíz de la crisis pesquera de hace un mes ha afectado a ambas, pero no por igual: en la colonia británica hay tan sólo 300 desempleados en una población de 23.000 personas; en La Línea de la Concepción, el 35% en una de 62.000.Las aproximaciones soberanistas mantenidas desde Asuntos Exteriores y el Foreign Office están paradójicamente alimentando la complicidad de las dos comunidades. Para los llanitos las colas de horas en la verja son un engorro. Les aleja de sus segundas casas, en España -su ministro principal, Peter Caruana, posee un lujoso chalé en Sotogrande- y de los hipermercados llenos de verduras frescas de Algeciras y La Línea. Se quedan en el Peñón y los propietarios de los restaurantes se felicitan por los beneficios. Poco más.

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Pero los linenses sufren en sus bolsillos a la misma velocidad que se alejan de "la política de Madrid" y piden una solución relajada. Según el Gobierno del Peñón, 1.471 trabajadores españoles están inscritos en sus registros. Casi el doble también se gana el pan en la colonia en trabajos no clandestinos, pero sí fuera de los impuestos. Centenares de mujeres limpian viviendas por unas 10 libras esterlinas (2.500 pesetas) por jornada. Gasolineras, astilleros, tiendas y el inevitable matuteo de tabaco colaboran a arreglar sus ingresos. Se calcula que unas 5.000 familias españolas comen de la Roca. A ellas es a las que más afectan las colas. Se gana el dinerito al día. Si no hay trabajo, tampoco salario.

"Esto es lo peor del mundo", se lamenta el conductor de una furgoneta de una empresa de andamiajes de La Línea que mata las dos horas de espera para salir de Gibraltar fumando sin parar; "además, no nos pagan ni las horas extras". En la interrelación entre el Peñón y las zonas limítrofes no sólo pesa el trabajo de los individuos. Un numeroso grupo de empresas depende para su éxito del abundante dinero de la colonia. El presidente de la Federación de Empresarios del Campo de Gibraltar, Luis Miguel Escolar, calcula que entre 500 y 1.000 están sufriendo en sus balances la política de Exteriores: "También hay gente que se frota las manos, pero suelen ser las empresas grandes; las pymes lo están pasando fatal. Se han dado casos de transportistas que han perdido sus negocios a favor de barcos de El Puerto de Santa María".

Incentivos fiscales

Los empresarios han elegido la vía fiscal para plantear sus reivindicaciones ante los técnicos de Industria que les visitan estos días. Ante el paraíso fiscal que es Gibraltar -sus sociedades doblan a sus habitantes-, la asociación empresarial ha propuesto al Gobierno que se reduzca el Impuesto de Actividades Económicas en el Campo de Gibraltar -"como en Barcelona antes de los Juegos Olímpicos", explica Escolar- y que los costes de algunos productos, como los carburantes industriales, bajen.En el Peñón los efectos de la presión fronteriza también ha tenido su repercusión, aunque tenuemente. Según Luis Montiel, secretario general de Transport and General Workers Union, el sindicato mayoritario, el sector más perjudicado es el turístico. El carácter eminentemente financiero de la economía gibraltareña suaviza el efecto de las restricciones fronterizas. Las tiendas de la calle Real son las que más han sufrido. El retroceso es de cerca del 40% en algunas. Muchos linenses, turistas y los jubilados españoles que cobran en la colonia son sus principales clientes. También influye que es temporada baja.

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En algunos casos la opción ante la bajada de las ventas ha sido el despido de los españoles. El portavoz de la Unión de Trabajadores Españoles en Gibraltar, Valentín Galcerán, calcula que cerca de una veintena ha perdido ya su puesto. Otra práctica es la reducción a media jornada.

Galcerán es otro de los que arremete contra la política de Abel Matutes, que tilda de "anclada en ideas absurdas", con el cómplice silencio del alcalde de La Línea, José Antonio Fernández Pons (PP), que reclama al Gobierno de su partido que "normalice" la situación en la verja.

Las cifras oficiales son pocas por lo alambicado de la trama social que une a las dos comunidades. Pero en algo están de acuerdo:las inversiones para revitalizar la zona deben ser monstruosas, ya que no se trata de 5.000 trabajadores especializados, sino que hay albañiles y fregonas, transportistas y pintores. Pocos confían en lo que haga la Comisión Interministerial.

En lo que sí se cree es en el reforzamiento de las relaciones mutuas. Por debajo del tapete de la diplomacia de Londres o Madrid, los gibraltareños de ambas banderas se mueven de manera frenética. El Ayuntamiento de Los Barrios y el Gobierno del Peñón firmaron en diciembre un convenio de cooperación en "educación, ciencia, tecnología y comunicación" que es un poco disimulado primer paso en una relación económica de mayor calado. Los gibraltareños no ocultan su búsqueda de la autonomía frente al Reino Unido y no les molestaría ser capital de la zona.

Los representantes de las pymes -recientemente se reunieron con los del Campo de Gibraltar para acordar la cooperación-, Mary Lou Guerrero y Ronnie Israel, lo reflejan de forma gráfica: "Si en el Campo de Gibraltar tienen una gallina que les da muchos huevos, no quieren que nadie venga de fuera a pegarle palos". Dos comunidades con una vida conjunta. A no ser por una verja.

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