Pujol en la maroma FRANCESC DE CARRERAS
En su reciente conferencia de ESADE, Pujol no ha dicho nada especialmente nuevo sino que ha repetido, una vez más, su antiguo programa de otras elecciones, aunque ahora ya con sonido a disco rayado: Cataluña necesita aumentar su techo de autogobierno y, por su carácter de nación, debe exigir un régimen competencial singular, distinto al de las demás comunidades autónomas. Todo ello -que nadie se asuste- sin necesidad de cambiar ni la Constitución ni el Estatuto. Estas propuestas pretenden tener dos efectos: desviar la atención sobre su labor de gobierno y simular que tiene un proyecto acorde con su ideología nacionalista. Si se hiciera un chequeo a la eficacia de la acción político-administrativa del Gobierno de la Generalitat, el diagnóstico sería que el enfermo se encuentra sumamente grave y va empeorando. Las cifras son conocidas y no hace falta repetirlas: entre todas las comunidades autónomas, la Generalitat es la que tiene una Administración más cara, es decir, la que más cuesta al contribuyente, la que tiene más déficit y más deuda pública, la que dedica menos esfuerzo a inversión y más a gastos corrientes. Este catastrófico cuadro, parecido a la situación de Banca Catalana hacia 1980, se traduce en un mal servicio al ciudadano en enseñanza, servicios sociales, cultura, agricultura, carreteras y medio ambiente, entre los más notorios. Respecto a lo segundo, a la simulación de que CiU tiene un proyecto acorde con su ideología nacionalista, Pujol se encuentra cada vez más condicionado por la realidad de la sociedad catalana, y su actuación política constituye un difícil equilibrio funambulesco que discurre por una estrecha maroma delimitada por tres elementos que comienzan a ser difícilmente conciliables. Primero, un sector del partido, con Pere Esteve y Felip Puig al frente, crecientemente radicalizado desde el punto de vista nacionalista y fiel al espíritu de la Declaración de Barcelona, cree llegado el momento de no quedar rezagado ante las nuevas perspectivas que ofrece la situación vasca. Segundo, otro sector de Convergència, además de la gran mayoría de Unió, le exige moderación en la cuestión nacional, más eficacia política y mejor gestión administrativa. El electorado, por su parte, se divide más o menos por la mitad entre ambas opciones. Tercer elemento: atraviesa una clara crisis su alianza con el PP, que en un momento dado pareció una estrategia a largo plazo y que, en los últimos meses, da constantemente la sensación de estar en su recta final, sin que se sepa a ciencia cierta cuál de los dos socios está más harto del otro. De romperse esta alianza, el triunfo de los radicales de CDC parece más que asegurado, aunque con un coste electoral obvio. Por tanto, el proyecto político pujolista, más allá de lo dicho en ESADE, está indefinido, se encuentra en estado crítico y encierra importantes contradicciones. A todo ello añadamos tres factores más. Por una parte, Josep Piqué, además de ser ministro y portavoz del Gobierno de Aznar, ha pasado a ser un ideólogo creíble del catalanismo moderado, lo cual encandila a muchos empresarios y profesionales. Por otra, Pasqual Maragall parece desperezarse de su somnolencia de los últimos meses y comienza a exponer un discurso sólido, coherente y, sobre todo, nuevo: véanse las claves de su compleja estrategia en la estupenda entrevista que le hace Pepe Ribas en el último Ajoblanco. Ambos, Piqué y Maragall, inciden sin duda en un público que en los últimos años ha votado disciplinadamente, aunque sin convencimiento, a CiU. En tercer lugar, Jordi Pujol comienza a no ser respetado y sus propios partidarios se pasan, sin su permiso, a las filas del adversario: el mismo Piqué fue su director general y formaba parte de la lista de CiU en las últimas municipales; Albert Vilalta, hace un par de años consejero de Medio Ambiente, es ahora secretario de Estado con Aznar; Bru de Sala, hasta hace poco un infranqueable ideólogo convergente, y también ex alto cargo, escribió el otro día en estas páginas que Pujol es un "enemigo personal de la cultura", con la que mantiene una "enemistad permanente, inalterable y consolidada", y además le acusó de hacer un discurso ante profesionales de la cultura que es una "barbaridad intelectual y política". Desprestigio por la gestión, cansancio por un repetitivo discurso, falta de credibilidad y de respeto, deserciones en las propias filas... Pujol, sin duda, no es lo que era. Sólo falta que, además, los ciudadanos de Cataluña estén convencidos de que existe una alternativa seria y coherente.
Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.
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