Urbanismo
MIQUEL ALBEROLA Aparte de teoría y técnica, el urbanismo también es la expresión inmueble de una tensión. Basta una simple mirada al plano de cualquier ciudad para intuir que debajo de las formas desiguales de las calles hubo conflictos, cuya naturaleza se nos escapa por remota, pero que han trascendido los siglos hasta formar parte del paisaje urbano más representativo. También las presiones que podían surgir del exterior de la ciudad y el sistema de afrontarlas determinaron los contornos urbanos, creando núcleos muy apretados, hoy asfixiados por el ensanchamiento, que esculpieron la angustia de las rivalidades y facilitaron el abuso. El beneficio de unos propietarios en detrimento de otros, por motivos políticos, religiosos, especulativos o sólo personales, está en el trazado de las manzanas, sintetizado de forma geométrica. Así fosiliza a menudo el odio, aunque luego resulte plácido pasear sobre sus aceras y sus perjuicios faciliten bellos gestos al viandante que cede el paso a una abuelita con una sonrisa. En ocasiones se trata de auténticas aberraciones, si bien, casi siempre, son escenarios que se asocian a la infancia, y el cerebro las transforma en referencias entrañables. De no mediar inconvenientes topográficos insalvables, cuanto más intrincado resulta el dibujo viario, mayor ha sido la corrupción que lo ha propiciado, el rencor que lo ha inspirado y la mala leche que ha suscitado. El urbanismo, a veces, es sólo un cuadro clínico de los achaques humanos y sus crispaciones. Dentro de las líneas torcidas de cualquiera de estas calles está contenida toda la furia de la tragedia griega. En el futuro, cuando alguien mire con estos ojos el plano de Valencia y llegue a la avenida de Blasco Ibáñez, que ahora va de ningún sitio a ninguna parte, pero que entonces puede que llegue hasta el mar, tropezando de forma ociosa con una estación y angostándose hacia la parte final, quizá ya exista una especialidad en las universidades que le pueda desentrañar de modo científico, y con total asepsia psicopolítica, los jugos humanos que hirvieron bajo su diseño, así como el sentido civil de los partidos, que tuvieron que negar en la oposición lo que afirmaron desde el poder, y viceversa, ante algo que quizá fuese inevitable.
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