Una clase de 1º de Derecho de Sevilla juzga un crimen que sucedió 20 años después de Cristo Los alumnos practican con un juicio que mezcla la alta política y la artimaña jurídica
Cuando Cristo tenía 20 años, Tiberio se convierte en emperador romano. Sin descendencia masculina, decide adoptar a un sobrino suyo, Germánico César, a quien envía a Oriente para prevenir una guerra civil más. Tiberio decide además mandar a la zona a un íntimo amigo suyo, Gneo Pisón. La llegada de éste, lejos de aliviar el trabajo de Germánico, no causa más que intrigas de todo tipo. Siembra la indisciplina entre la legión romana y aviva las llamas de una nueva guerra civil. Así transcurrían las cosas en Oriente cuando Germánico cae enfermo, víctima al parecer de un envenenamiento. Tras ocho días de agonía, la ponzoña acaba con su vida. Pero, antes de morir, acusa a Gneo Pisón de tramar su muerte con el bebedizo. Problema de alta política que los jueces deben resolver y que alcanza a la cumbre del gobierno de Roma. ¿Es Gneo Pisón culpable? ¿Está Tiberio detrás del asesinato? ¿Utilizó Gneo Pisón a su mujer, Plancina, como la mano ejecutora del crimen? El Derecho romano lo resolvió entonces. Ahora son los alumnos de 1º de Derecho de la Universidad de Sevilla los que han acusado a Gneo Pisón, los que le han defendido y los que han dictado sentencia. Su profesor, Fernando Betancourt, ha propuesto este caso para que estos estudiantes, recién llegados a la universidad, apliquen toda su creatividad, le den un baño de modernidad a la resolución del crimen y vayan haciéndose con el lenguaje de los juristas que serán mañana. Se abre la sesión Comienza el juicio. Sobre la tarima del profesor, María Luisa Cambrón González, de 18 años, es la juez del caso. Está rodeada de varias colaboradoras. A su izquierda, en la primera fila de la clase, se coloca la parte acusadora a cuya cabeza está el fiscal, Miguel Ángel Caside, bien secundado por María Elena Bermúdez. A la derecha de su señoría, la cuadrilla de la defensa: Gonzalo Cadillá Álvarez-Dardet y sus colaboradores. Los alumnos comienzan su pequeño rifi rafe judicial, siempre guardando el turno de palabra y asistidos por sus compañeros que tienen una batería de libracos de Derecho desplegados en la mesa. La acusación argumenta razonamientos que estrechan el margen a la duda: Gneo Pisón dio propina a quien le anunció la muerte de Germánico. Su mujer, Plancina, fue conspiradora: dejó sus vestidos de luto y puso sus esclavos a disposición de su marido para desatar la guerra. Todos sabemos que era amiga de Martina, bien conocida por sus prácticas de envenenamiento. La defensa contraataca: Germánico estaba moribundo cuando acusó de su muerte a Gneo Pisón. En ese estado no podía ni diferenciar a las personas... Acusación: meras especulaciones, nada científico... Juez: ruego a las partes que guarden su turno de palabra. Defensa: la palabra de un moribundo no es muy fiable Acusación: a lo mejor estaba en plenas condiciones mentales y una persona en sus últimas horas no miente. El juicio se estanca en derroteros que requieren de forma urgente pruebas periciales. Pero en la sala, una de las clases de las caracolas instaladas junto a la Facultad, no hay forense que pueda atestiguar nada. De repente, la juez, ciñéndose al caso tal y como sucedió en la antigua Roma, lee un comunicado que acaba de llegar: Gneo Pisón se ha suicidado. No es muy heroico. La condena de la que sin duda no se escapaba, preveía la pena de muerte, pero al acabar con su vida Gneo Pisón consiguió salvaguardar su testamento y con él su patrimonio. En realidad, fue una manipulación entre la justicia y los políticos, porque la condena en caso de crimen de lesa majestad, prevé además la confiscación de todos los bienes del condenado y que su memoria se borre del mapa. Nada de eso pasó. La justicia pasó por alto detalles que hubieran dejado en la ruina a una familia de alta alcurnia. "Hay que tener confianza en la justicia cuando trata problemas del ciudadano medio, pero en los casos jurídicos con implicaciones políticas...", Betancourt tuerce el gesto en señal de duda. "Gneo Pisón fue un cabeza de turco", añade.
Una sentencia moderna, una condena revolucionaria
Los alumnos de 1º de Derecho han resuelto el juicio mitad copiando la sentencia de Roma, mitad aplicando un criterio propio y moderno. ¿Que diferencias aportan 1979 años de diferencia? La juez, María Luisa Cambrón González lee la sentencia: Damnatio Memoriae para el acusado. "No habrá ni luto ni lloros en su muerte y su nombre será retirado de todo documento. A su hijo, acusado de colaborar en el crimen se le deja media herencia. El resto del dinero se devolverá al fisco de donde fue robado. Plancina, su mujer, pena máxima: será decapitada. En un crimen como el que sucedió entonces, se solía aplicar la Damnatio Memoriae, una sentencia que borraba del mapa, literalmente, cualquier indicio de la presencia del condenado sobre la tierra. Sus estatuas eran derribadas, su nombre eliminado de todo documento público y sus descendientes no podrían llevar jamás su nombre de pila. Esto, que no ocurrió a la sazón con el acusado por tratarse de una persona de la alta alcurnia romana, sí ha ocurrió en tiempos recientes. El profesor Betancourt recuerda casos en la Unión Soviética. "Algo así pasó con Trotski. Y se aplicó en otros casos. Incluso borraban de las fotografías a los disidentes", explica Betancourt. Los alumnos han decidido además cortar la cabeza a Plancina, que fue absuelta en su momento por ser amiga de la madre de Tiberio. Es una mezcla de sentencias modernas con condenas tipo Revolución Francesa. Están empezando a ser jueces, defensores, fiscales. "Pero fíjate, fíjate, están en primero de Derecho y qué bien usan ya el lenguaje jurídico", piensa en alto Betancourt.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.