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Entrevista:DESVÁN DE OFICIOSAZULEJERO

"La gente cree que estoy muerto porque esto ya no se hace"

Adolfo Montes, que pinta y restaura ladrillos vidriados, rescata del olvido los viejos anuncios publicitarios

Los muertos que el desconocimiento mata gozan de buena salud. Así le ocurre a Adolfo Montes Alvaredo, castigado con una necrología involuntaria: "La gente que ve un mural mío cree que me habré muerto, porque piensa que ya no se hacen esas cosas", explica. Sin embargo, a los 38 años este artesano está bien vivo y rescata de la muerte un arte viejo y moribundo, el de los azulejos pintados a mano.La resurrección no es fácil, pese a que Madrid ha sido una ciudad amante de esta decoración durante largo tiempo. El esplendor de los ladrillos vidriados comenzó en la ciudad a finales del siglo XIX, de la mano del sevillanismo; aquella moda empeñada en dar aires andaluces al poblachón manchego. Duró hasta poco después de la guerra civil. En ese periodo, los azulejos pintados a mano se adueñaron de tabernas, comercios, fachadas nobles y hasta de la plaza de las Ventas. También la publicidad recurrió a ese soporte. Tras la contienda, este adorno entró en declive, acuciado por la competencia de otros materiales de mayor o menor ornamento.

-¿Vuelve a estar de moda el azulejo?

-Creo que sí. Me parece que ya nos vamos dejando de influencias anglosajonas y volvemos a la tradición. Además, una fachada o un mural de azulejo son para siempre, a condición de que que no venga alguien y se lo cargue, porque eso también pasa.

Montes admira los viejos murales de tascas céntricas como Villa Rosa, Los Gabrieles o Viva Madrid. "Tienen trabajos magníficos. El exterior de la primera y parte de la decoración de la segunda fueron obra de un gran ceramista, Alfonso Romero Mesa", detalla. A poca distancia de estas mecas del azulejo, el joven ceramista ha instalado algunos de sus murales, encargados por el dueño de otro bar. Más de un cliente del establecimiento ha elogiado el trabajo de Adolfo al tiempo que lamentaba su óbito y el hecho de que "ahora no se hagan cosas como estas", según relata el artista. "Y eso, a pesar de que pongo el número de teléfono junto a la firma", exclama. "El azulejo es arte, pero la gente no se da cuenta", concluye.

Un arte viejo, como la palabra árabe que lo denomina. Montes llego a él hace más de una década, achuchado por la dureza del fin de mes cuando la familia crece. Entonces, hacia 1984, pintaba y hacía grabados al aguafuerte o la punta seca. Su título de perito en cerámica estaba aparcado en un rincón.

Los dictados de la cuenta corriente obligaron a Montes a abandonar la bohemia. Volvió entonces los ojos hacia sus saberes cerámicos y buscó una parcela poco hollada. "Todo el mundo hacía alfarería o escultura, así que yo me lancé al azulejo".

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Empezó poco a poco, primero en taller compartido, luego a solas en el bajo que aún ocupa en la calle de Pelayo, 55. Es un recinto pequeño pero bien aprovechado, repleto de angelotes que abrazan números, de motivos frutales y de curvas barrocas. El artista entró en contacto con las tiendas dispuestas a vender sus obras y se lanzó a hacer cenefas, "carteles de villa Pepita", rótulos y murales. Luego llegaron los clientes particulares y las restauraciones. El ceramista reparó en la belleza de los viejos anuncios y entrevió otro segmento de ventas. Hoy reproduce los del papel de fumar Smoking, el guaso de Nitrato de Chile o el corderito del detergente Norit. "Me gustan porque tienen unos diseños alucinantes y pueden suponer un tirón comercial", dice.

-¿Cuánto cuestan sus piezas?

-Depende del tamaño y de la técnica. En el caso de la publicidad, un azulejo cuadrado de 20 centímetros de lado, como el de Smoking, lo vendo a 3.000 pesetas. Lleva tres o cuatro horas de trabajo.

Para los viejos anuncios, Montes utiliza un método complicado, la cuerda seca. "Para hacer una pieza, el comienzo siempre es igual: hacer el dibujo en papel, pasarlo al estarcido [calco en papel vegetal] y agujerear los trazos. Luego se coloca el estarcido sobre la galleta y se pasa sobre él un carboncillo, que penetra por los agujeros y hace la silueta".

La cuerda seca obliga a perfilar los trazos con un pincel impregnado en óxido de manganeso y aguarrás evaporado. Esta mezcla grasa y negra marcará la silueta y, de paso, frenará la expansión del esmalte, que, mezclado con agua, se extiende luego con espátula. Cuando la pieza lo requiere, se pinta sobre el esmalte, para dar mayor sensación de relieve. La cocción en el horno, a partir de 950 grados centígrados, es el último paso. Según Montes, esta técnica "no admite error". "Es más difícil que otras como la llamada bajo cubierta, o la del tercer fuego". En esta última, se pinta sobre piezas esmaltadas. En la anterior, el esmalte transparente abrillanta el motivo plasmado.

-¿Se puede vivir bien de un trabajo tan laborioso?

-No da para echar cohetes, pero sí para ir tirando. Lo malo es que la gente no entiende de azulejos y, por eso, no los valora. No distingue una pieza artesana de una serigrafía.

A veces, Adolfo se desalienta y sueña con volver a la pintura. Pero, mientras, se niega a que le endilguen una esquela. Aunque sea de azulejo.

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