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Tribuna
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Frío de cuchillo

Por el resquicio de este gélido febrero se nos coló, una vez más, el frío del cuchillo que apunta a las mujeres. Fue ahí, al lado, a la distancia de un tiro de piedra o un billete del metro de la capital de los valencianos; la agresión fue en L"Horta Nord con violencia y muerte de la mujer y de la madre y de la trabajadora que ganaba el pan con el sudor de su frente. Nada nuevo que no sea la inmediatez del dolor y los hechos. Pero unos y unas, valencianos de Morella y de Pilar de la Horadada, vecinas del barrio de Velluters y de Vila-real, tendríamos que enfrentarnos con entereza a la imagen de la mujer embarazada y maltratada en La Plana, al rostro oculto de la muchacha violada en El Cabanyal, al gesto de la aterrorizada en el ámbito doméstico por donde Alicante o Benimaclet, al perfil de la que sufrió el frío del cuchillo, y a números escalofriantes que no se pueden aceptar como normales. Porque, según constata González Cepeda, delegado del Gobierno, el 76% de todas las denuncias por delitos contra las personas, tres de cada cuatro víctimas entre nosotros y nosotras, estuvieron relacionadas con agresiones a la mujer. Parece ridículo, con la cifra en la pupila, enzarzarse en una discusión en torno a las víctimas del machismo de antes y el machismo de ahora: una sola agresión sería demasiada agresión intolerable. Y es que la cifra vergonzosa y sonrojante es un indicador del machismo ancestral de siete suelas que habita entre nosotros y nosotras en el umbral del siglo XXI. Es el mismo machismo deleznable que el Maestro Gonzalo Correas dio a conocer el siglo XVII en decenas de refranes, proverbios y locuciones castellanas, cuyo contenido deja malparada a la mujer; es el mismo machismo que el Refraner valencià de Estanislau Alberola y Manuel Peris, y con prólogo de Lluís Fullana, recogió allá por los años veinte. Ese machismo rancio de siete suelas no sabe de convivencia ni democracia, y sí de violencia. Quiere a la mujer siempre sujeta como la espada, las armas y el caballo, quebrada la pierna y en casa; blasfema contra la inteligencia de sus congéneres humanos aquello de dona que sap llatí no la vull per a mi, y ríe su extravagante gracia. Y ese extravagante, pero real machismo, se va al garete y se extravía cuando la mujer se emancipa económicamente, cuando la mujer accede a un puesto de trabajo y se independiza, y es libre y busca su pareja y nadie le quiebra o debiera quebrarle la pierna. Libre y emancipada como la pastora Marcela de Cervantes en El Quijote, que tantas veces se nos presenta como una Biblia de civismo. Esa imagen de la mujer del siglo XXI choca con los intereses del macho de siete suelas, aunque lentamente se consolida entre nosotros y nosotras. Lo trágico son las cifras que son víctimas de ese machismo que considera a la mujer como el caballo o como la espada; ese machismo que reacciona con arrebatos violentos; unos arrebatos que no deberían atenuar jamás la responsabilidad penal. Lo esperanzado, en L"Alfàs del Pi y en L"Horta y en Forcall y en la Malva-rosa y en cualquier parte, sería que las cifras tropezaran con el muro de solidaridad de todos y de todas. El frío del cuchillo no puede entorpecer la larga marcha hacia la emancipación y libertad de las mujeres. Ese frío puede ser el acicate en la marcha hacia la convivencia de nosotros y nosotras que pasa necesariamente por la emancipación y la libertad de ellas.

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