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Se acabó la siesta ANTONI PUIGVERD

Gracias al peculiar cuarteto que glosaba aquí mismo Vázquez Montalbán, está comprando el PP catalán más terreno que nadie. Parecían conformados en su esquina monocolor y ahora sorprenden abrazando, de Vidal-Quadras a Piqué, una buena parte de las grandes fincas ideológicas catalanas (descontando el nacionalismo radical y la izquierda sin contemplaciones). Signo inequívoco de novedad es el empeño con que el mundo convergente intenta eclipsar el dorado (por rubio y por burgués) efecto Piqué, enfatizando el componente luciferino de Vidal-Quadras (rehabilitado por Aznar, el mejor quintacolumnista que Pujol podría haber inventado). La altura del nuevo techo del PP será fundamental, incluso en la hipótesis de una victoria de Pujol. Si esta victoria se produce por los pelos, el PP se encontrará con el cuello de Pujol entre sus manos. Un inédito Pujol, frágil y tambaleante. Domador domado. El PSC e IC, por su parte, gracias a la inercia desatada por la propuesta maragalliana, pueden estar metidos sin darse cuenta, no ya en un pacto electoral más o menos deseado, encaminado a reformar completamente el escenario, sino también en una transformación interior de gran calado. Hace ya años que los partidos catalanes de tradición socialista y comunista sobreviven sin pena ni gloria, diezmados por el desencanto y la perplejidad, ensimismados con sus juegos (y sus fuegos) burocráticos, máquinas electorales de peor o mejor facturación. Por causa de anemias parecidas, en Francia, Inglaterra y, muy especialmente, en Italia las izquierdas están metidas en un proceso de renovación sanguínea que puede ser histórica. No se trata de sacar mejores dividendos electorales, sino de refundar ideas y organizaciones para encontrar un modelo que, siendo de alguna manera fiel al objetivo de igualdad social, pueda realmente meter baza en la sociedad y en la economía posindustriales. La refundación intenta, por una parte, la regeneración del tejido orgánico de la izquierda, herrumbroso y anquilosado, y por otra, la reapertura de la política a los ciudadanos mediante fórmulas menos encorsetadas y más sugestivas. En estos países, atención, llegó la izquierda a donde está después de haber saboreado el amargo aunque instructivo sabor de los límites (la conciencia del agotamiento es un paso ineludible para que aparezca el deseo de lanzarse a las frenéticas aguas de la renovación). Algo de esto empieza a pasarle a la izquierda catalana. En el resto de España, y a pesar de Borrell (que tiene ahora mismo pinta de pagador de deudas ajenas), la izquierda está esperando al Godot del fracaso que es el hermano del Godot de la catarsis. En Cataluña, en cambio, las reservas del fracaso están al completo (a pesar de los muchos logros municipales) y la necesidad de lanzarse al agua de la renovación era una evidencia que requería ya sólo el factor desencadenante. El factor es Maragall, pero el deseo estaba muy extendido. Existe un punto de partida: una difusa y no partidista cultura de izquierdas que tuvo su mejor expresión en las candidaturas de la Entesa dels Catalans, herederas del espíritu de la Assemblea de Catalunya. Frente a la Cataluña monotemática del pujolismo, obsesionada con su pasado y sensible sólo a una parte de sus pálpitos culturales, la cultura de la Entesa podía haber ofrecido un modelo de sensibilidades y esperanzas compartidas, de mutuas solidaridades. El gran handicap de esta cultura es que la imaginó la generación anterior. Los años pujolistas pueden haber dejado un poso irremediable: la profunda indiferencia de unos (la peor noticia que sugiere el comentadísimo trabajo de la Fundación Bofill sobre la abstención), la amarga irritación nacional de otros. La peor herencia del pujolismo no será la impensable deuda, sino la virtual, aunque pasiva, separación de dos sensibilidades catalanas, que podrían haber perdido ya su capacidad de confluencia. Habrá que verlo. Durante años, nuestra política ha parecido un limbo repleto de almas anodinas durmiendo, en todas las hamacas ideológicas, la siesta de la conformidad. Parece que ha llegado la hora de desperezarse. Esto ya no es un lago de aguas calladas e inmóviles. Todos los mapas del tiempo, sea cual sea su acento político, coinciden en el anuncio de un largo periodo de borrascas. Largo y ameno. No sería necesario recordar que, en territorio gubernamental, los tejemanejes de Unió ofrecen la novedad, en estos últimos meses, de haber sustituido su clásica oferta de cal y arena por un magnífico repertorio de duchas frías sobre la piel convergente: hoy te quiero menos que ayer, más que mañana. Incluso bastantes cándidos miembros del rebaño convergente, viendo dudar a Pujol, antaño irrefutable, han alquilado un traje de lobo y van por ahí hincando el diente precipitadamente a la herencia. Esto ya no es un lago. Esto es el mar, aunque sea el mare nostrum. Puede que pronto nos asalten oleajes de océano.

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