_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

"A rebufo"

Josep Ramoneda

Pasan los días y Maragall sigue pegado a la aspiración de la moto de Pujol. Lo que inicialmente pudo ser una habilidad táctica va camino de convertirse en una debilidad crónica. Desde que asumió su destino y aceptó ser candidato a la presidencia de la Generalitat, Maragall ha hablado poco. La convicción posmoderna de que la política es un estorbo para ganar elecciones y que finalmente la indefinición es lo que tiene premio contagia a las mentes más lúcidas. Por otra parte, Maragall, que siempre ha tenido esta conciencia de duda más propia del intelectual que del político, necesitaba hacer un proceso de inmersión en el país para conocerlo y reconocerlo, porque hay sensibilidades que no admiten las experiencias indirectas o de segunda mano y desconfían de la frialdad de los datos y de los informes de los asesores. Sin embargo, en casi todas las ocasiones en las que ha hablado se ha puesto a rebufo de Pujol. Autodeterminación, selecciones deportivas nacionales, pacto fiscal, doblaje del cine al catalán, cada vez que Pujol ha sacado al escenario algunos de sus temas recurrentes, a Maragall le ha faltado tiempo para decir "yo también". Maragall ha conseguido de esta forma desactivar algunos debates en el terreno preferido de Pujol. Pero a medida que la situación se repite se convierte en peligrosa para sus aspiraciones. Si la distancia de votos que separa a Pujol de Maragall fuera muy corta podría tener sentido ir pegado a la rueda del presidente hasta la última curva para lanzar el ataque decisivo en la recta final, pero cuando se lleva una vuelta perdida, ir a rebufo no sirve para nada. Maragall tiene que superar un abismo electoral, y un abismo difícilmente se salta sin dibujar una verdadera alternativa que justifique una movilización para el cambio. Los días pasan y da la sensación de que los parámetros de la campaña electoral son los de siempre. Que el único cambio ha sido de persona. Si los socialistas con Maragall se mueven dentro de las mismas coordenadas que con Obiols o con Nadal, difícilmente van a ganar las elecciones. Algunos expertos en cuestiones electorales empiezan a insinuar ya que si el único valor añadido es el plus carismático de Maragall, los socialistas, a lo sumo, subirán dos o tres puntos. Una característica de determinadas ideologías -la nacionalista en este caso- es que consiguen roturar el espacio sobre el que se implantan de tal modo que someten a todos los ciudadanos, los nacionalistas y los que no lo son, a su juicio. Un juicio que acaba siendo legitimado por la pasividad de los responsables políticos de otras ideologías, que actúan respecto del nacionalismo como si estuvieran en falso, como si vivieran en conciencia de pecado. Laicizar definitivamente esta sociedad debería ser uno de los objetivos principales de cualquier propuesta de cambio. En definitiva, sigue siendo cierto que si una división política hay en Cataluña es entre una concepción religiosa del país (en la que el nacionalismo toma la forma de una creencia y, por tanto, de una exigencia) y una concepción laica, en la que no hay ninguna ideología que se sitúe por encima del bien y del mal. El PSC ha vivido siempre atrapado en la roturación mental del país que ha ido construyendo el nacionalismo y a la que apenas nadie se ha opuesto. En tiempos en que la indiferencia política crece exponencialmente, un corsé político, ideológico, de estas características, apoyado en una sólida trama clientelar, es muy difícil de desmontar. El nacionalismo catalán hoy es, desde el punto de vista de la fe, menos vigoroso que años atrás. En parte, ésta es su fuerza electoral porque la ideología ya se ha metamorfoseado en una forma de statu quo. "Después de que Buda murió, se mostró durante muchos siglos todavía su sombra en una caverna", escribía el filósofo. Correr toda la campaña a rebufo de Pujol -algunos malintencionados dirán simplemente tras moto- sería confiar en el desgaste de la figura del presidente, después de tanta redundancia cacofónica, como único factor de cambio. Cierto que el país es conservador. Y cierto también que en la política actual el factor desgaste es muy decisivo porque a fuerza de repetirlo la gente se ha acabado creyendo que todos los gatos son pardos. Por lo cual, sólo hay que cambiar de moto cuando ésta presente síntomas preocupantes de avería. Para los políticos, lo importante es ganar las próximas elecciones y lo demás es literatura o entretenimiento de intelectuales. Lo grave en el caso del Partit dels Socialistes de Catalunya es que sin literatura tampoco gana. Quizá no fuera un disparate, por una vez, tratar de ofrecer al país una alternativa que desbordara los cuatro puntos cardinales del nacionalismo y abriera vías que permitan llenar esta "patria demasiado vacía" que con tanto acierto describía Antoni Puigverd en estas mismas páginas. Por lo menos, que nos regalen un par de ideas claras que apunten en esta dirección, que es lo máximo que parecen admitir las campañas en estos tiempos de baja pasión política.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_