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Crítica:CANTO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La efusividad contenida

Con el concierto lírico del tenor José Carreras, el renovado Teatro Real salda una de sus últimas asignaturas pendientes en su afán de homenajear a los divos que en su día se hicieron un lugar al sol en la historia de la ópera, y ahora ven cómo el paso del tiempo pasa sus naturales facturas. Apuntar, pues, que, en ocasiones como ésta, algún detalle de sociología o de psicología de la música no es gratuito. El nuevo público del Real quiere sentir en directo -aunque sea por primera vez- cómo eran los cantantes que encandilaron a las generaciones anteriores, y el público de toda la vida se recrea en un recuerdo emotivo con sus ídolos de antaño, al comprobar lo inigualable de una frase, un modo de frasear o un color vocal. La tradición se funde con el presente y la evocación es inevitable; incluso, necesaria.

José Carreras (tenor)

Orquesta Sinfónica de Madrid. Director: David Giménez. Obras de Gounod, Verdi, Rossini y Falla. Teatro Real. 3 de febrero de 1999.

Lirismo

Si hubiese que definir con una sola palabra lo que ha distinguido a Carreras de los otros tenores, me inclinaría por la efusividad. Ello se manifiesta en una manera expresiva de acentuar algunas sílabas, en el impulso con mordiente a la hora de resolver las situaciones dramáticas, en un lirismo siempre cálido y dependiente en gran medida del timbre. La efusividad actual de Carreras se manifiesta controladamente contenida, pero de cuando en cuando aparecen destellos de un temperamento pasional, matizado ahora por una serenidad que convierte el ardor en lamento. Las dos frases que más me conmovieron del concierto van en esa dirección: "Ma compagno ebbi sempre il dolor (Mi compañero fue siempre el dolor)", perteneciente a L"esule (El desterrado), quinta de las arias de cámara de Verdi, orquestadas por Luciano Berio, y "Por ver si me consolaba", en la Asturiana, de las Siete canciones populares españolas, de Falla, tal vez el momento más feliz de una serie cuya interpretación global dejó bastante que desear.

Verdi y Falla fueron los dos puntales de la actuación de Carreras ayer en Madrid. Las cinco arias de cámara seleccionadas del compositor italiano son, en cierto modo, como dibujos, apuntes de las arias de ópera. Carreras empezó con algún agarrotamiento, pero enseguida se sintió cómodo en ellas. La emotividad verdiana encuentra en el tenor catalán un buen aliado. El predominio de los aspectos melódicos frente a los dramáticos facilitó una expansión lírica que en ningún momento llegó al desbordamiento. Todo quedaba en una gama de detalles luminosos por los que se filtraba la peculiar personalidad canora del tenor catalán. En Falla, también orquestado por Berio, no rodaron las cosas con la misma fluidez, salvo en un par de canciones. Faltaba desgarro y quizá un punto de arrebato.

Humildad

Carreras se presentó en Madrid con humildad. El público le recibió con respeto, aunque sin delirio. El tenor catalán suplió sus limitaciones actuales con profesionalidad. En ningún momento explotó el sentimentalismo, a pesar de que la cita tenía una fuerte carga simbólica. Vino a cantar lo que mejor puede en este momento, sin concesiones ni golpes de teatro. Incluso se permitió una incursión operística con un aria de La pietra del paragone, de Rossini, quizá en recuerdo de la primera ópera que grabó, allá en 1972. En las propinas -seis- echó el resto. Venía a triunfar y lo consiguió. Con Granada, en una versión bullanguera de la orquesta, puso al público en pie. No era, ni de lejos, lo mejor de la noche, pero la voluntad, el deseo de comunicar, la superación sustituyeron a otros valores. Es algo que también tiene su grandeza. Carreras y el público del Real se encontraron. Al final, todo terminó en clima de éxito.

La Sinfónica de Madrid fue dirigida por David Giménez. Las piezas orquestales de Gounod y Verdi estuvieron correctamente organizadas, pero sonaron algo descafeinadas. Los dos fragmentos de La vida breve, de Falla, no fueron tampoco un modelo de finura estilística. Sin embargo, sí sonó la cuerda con mucho gusto en algunos pasajes.

El concierto venía marcado, en cualquier caso, por José Carreras. El que llegó a ser "el tenor preferido de Karajan", como recuerda Xavier Pérez Senz en una semblanza muy ajustada y oportuna en el programa de mano, volvió a cantar en Madrid con entrega y coraje. Eso es lo verdaderamente importante.

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