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La gallina

¿Qué tienen que ver el bienestar de las humildes gallinas y la píldora Viagra? Bastante más de lo que pueda parecer. De entrada, noticias de enorme proyección relacionadas con ambas cuestiones se han producido el mismo día, que fue uno de la semana pasada. No es mera casualidad: la defensa del reino animal y el derecho a la plenitud viril son signos inequívocos de los altos niveles de modernidad que alcanza la civilización en los albores del tercer milenio.Una copia de la Viagra va a ser utilizada en China aunque no con esa denominación, sino con la más castiza de Weige Katai, que significa Gran Hombre. Superadas las pruebas que se han hecho con 600 chinos, se suministrará a cuantos necesiten estar igual de empalmados. Sin embargo, no se ha previsto lo que ocurrirá cuando empiece a actuar esta masa reproductora en la nación más poblada de la Tierra, que cuenta con 1.200 millones de habitantes. A lo mejor se duplica. Y todos querrán comer.

Las gallinas y sus huevos constituyen uno de los grandes recursos de la humanidad. Claro que para ello emplea procesos productivos industriales, a costa del quebranto físico y psíquico de las gallinas ponedoras.

Por los barrios periféricos de Madrid solían verse, no hace tanto, corrales de variado espectro por donde las gallinas ponedoras zascandileaban tan pimpantes. Caminaban por allí desperezando las alas, rasguñando la tierra y picoteando lo que cayera; soltaban el huevo donde y cuando les pedía el cuerpo, que era al clarear el día, y así iban tirando tan felices. Los corrales no eran sólo pintorescas estampas rurales que prestaban encanto a la fría urbe cosmopolita, sino prueba de que los seres humanos y los animalitos de Dios pueden convivir sin hacer mal a nadie.

Pero fueron los americanos e inventaron la producción masiva ovular que consiste en meter a las gallinas en jaulas, engañarlas haciéndolas creer que amanece mediante astutos manejos de la luz artificial, y cada vez que la avivan les viene el apretón, ponen el huevo y quedan sumidas en la perplejidad cacareando entre ellas lo efímero que es el tiempo.

El sistema se implantó en casi todo el mundo y se convirtió en un abuso de poder por parte del ser humano, que para satisfacer su codicia aumentó el censo de gallinas ponedoras a base de reducir las jaulas. Y así están ellas ahora, bien jodidas; según se suele decir.

Las gallinas siempre fueron pasto de la maledicencia humana, víctimas del machismo que en los corrales impera. Si no ponían huevos, las cocinaban en pepitoria. A la mujer casquivana la tildaban de serlo más que las gallinas. Sueltas por el corral habían de librarse del gallo que se las beneficiaba por el morro -quiere decir el pico- y de paso las molía a picotazos dejándolas el cuello desplumado. Una vez resuelto el problema de las gallinas ponedoras habrá que denunciar el machismo de los gallos.. Hay gallos de doble cresta serrada cuyo aspecto infunde espanto, pero los de almohadilla, que imponen menos, aún son más machistas. O sea que no hay que fiarse de las apariencias.

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En el mundo aviar las apariencias son invariablemente engañosas. Un gallinero industrial es una mentira permanente, es una trampa saducea, es un crimen de lesa gallina. Entra uno y las ve amodorradas y ronroneantes; cosa natural porque con tanta puesta y tanto huevo no duermen lo debido. Luego están los modernos artilugios, el comedero mecánico, el canuto de beber, la rampa transportadora del huevo. Y, principalmente, las medidas profilácticas, que no se establecen por amor a las gallinas ponedoras, sino para librarlas del cólera, que las puede dejar infecundas o matarlas, y entonces se desbarata el negocio.

Todo esto a las pobres gallinas ponedoras las priva del placer de empolvarse con la arena y orear el alerón; les produce traumatismos y alteraciones psíquicas, según denuncia la Unión Europea, que prepara una directiva destinada a prohibir estas situaciones. E implantará el etiquetado donde se especifique si el huevo es de gallina enjaulada o suelta, con el fin de que los ciudadanos solidarios con las gallinas ponedoras rechacen aquél y compren éste.

El huevo de gallina suelta será más caro; que una cosa es el bienestar de las gallinas ponedoras y otra hacer el primo. La Unión Europea bien entendida empieza siempre por el euro.

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