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Reportaje:

Horizontes lejanos, reinos perdidos y ampollas en los pies

Michel Peissel, que ha dedicado su nuevo libro sobre la fuente del Mekong.

Jacinto Antón

Un pequeño dibujo azul de un chorten, el clásico monumento religioso tibetano, identifica la entrada de la casa de Michel Peissel en Cadaqués. El estudio del explorador, antropólogo y escritor francés, autor de 15 libros sobre sus expediciones -algunos verdaderos clásicos del género- y dos novelas, se abre a una terraza que arroja una vista maravillosa de un mar espejeante en el que se mece un cormorán. Difícilmente se encontrará un paisaje que contraste más con los desiertos altiplanos del Tíbet surcados por Peissel, sobrecogedores imperios de la nada apenas alterados por el cabalgar de un jinete nómada o el esporádico aullido de un lobo. Peissel tiene la cama sin hacer. En diferentes espacios de la casa pueden verse objetos relacionados con sus viajes en una atmósfera de abandono (la vivienda pasa mucho tiempo cerrada) que recuerda aquellas palabras de Pierre Loti: "Las pobres cosas que tanto me hicieron soñar antes con países lejanos, aquí se desecan y se desmenuzan como momias en el abandono de su hipogeo". Michel Peissel (París, 1937) luce chaqueta, corbata y una tripa más que incipiente. Ya no es aquel joven espigado que hace más de 30 años se abrió camino solo por la cordillera del Himalaya hacia la ciudad amurallada de Lo Mantang, la capital del prohibido Mustang, pero nunca ha cejado en su búsqueda de reinos perdidos. ¿Ha encontrado alguno últimamente? "Bueno, verá, he recorrido el antiguo territorio del misterioso reino de Nangchen, en el Tíbet central. Fundado en el siglo VII y poblado por 25 tribus nómadas khambas, fue borrado del mapa por los chinos en 1958 antes de que ningún europeo pudiera explorarlo. Durante ese viaje fue cuando me propuse descubrir el nacimiento del río Mekong, que está en esa zona". Aunque parezca increíble, a punto de finalizar el siglo XX y hasta que Peissel lo localizó en 1994, "25 años después de que el hombre llegara a la Luna", se desconocía el exacto origen geográfico del tercer río más grande de Asia. En su búsqueda habían fracasado ya varias expediciones, entre ellas la de Dutreuil de Rhins, al que mataron los belicosos khambas en 1894 de un tiro en el estómago y que expiró murmurando: "Un día glorioso... qué lástima, qué lástima".

El viaje de descubrimiento de la fuente del Mekong es el tema principal del último libro de Peissel, Los últimos bárbaros, un periplo apasionante entre gentes y tierras remotas que culmina en un hilillo de agua donde el autor deposita un pañuelo blanco ceremonial como símbolo de respeto. La obra aparece esta semana en España publicada por Península (Peissel tiene una decena de títulos anteriores en castellano, editados por Juventud). El libro incluye también un segundo viaje al Tíbet central en 1995 para estudiar el caballo de Riwoche, un verdadero fósil viviente. "Puede parecer poco original publicar un nuevo libro sobre el Tíbet; pero, ¿sabe?, muchos de los que se escriben están hechos por gente que ha pasado 15 días allí", dice Peissel. No es el caso de Siete años en el Tíbet, el libro de Heinrich Harrer en el que se basó la película protagonizada por Brad Pitt. Peissel tiene su opinión sobre la polémica que rodeó al filme: "Conozco personalmente a Harrer, aunque conocía más a su compañero, Peter Aufschnaiter, que me parece un personaje más interesante. Harrer era sólo un deportista al que Hitler convirtió en héroe. Era nazi como fueron nazis todos los alemanes. Me pareció ridículo que convirtieran toda la película en el acto de contrición de un alemán neurótico en vez de hablar de lo increíble que fue que llegaran a Lhasa". En uno de sus viajes, Peissel topó con la sombra de Hitler: fue al explorar la tierra de los minaros, los drok-pa del Ladak que los nazis identificaron con su mito de los arios puros hasta el punto, explica el escritor, de proyectar una expedición de mujeres alemanas para que se dejaran embarazar en el antiguo reino himalayo.

Las guerrillas khambas, los desfiladeros del Buthan, los páramos donde habita el zorro azul... Curiosamente, todo empezó en las densas selvas de Quintana Roo, donde criminales y contrabandistas se ocultaban entre ruinas mayas ignotas. "Al cumplir la veintena me metí en esa aventura en el Yucatán: el sueño de descubrir templos perdidos y pasajes misteriosos, cosas inexploradas, a dos horas de Cabo Cañaveral. Luego, a los 22, hice mi primera expedición al Himalaya, y desde entonces el Tíbet es mi pasión: hace 40 años que viajo por sus tierras habitualmente; en total, más de 28 expediciones. Hablo tibetano y me agrada su cultura, muy favorable al ser humano".

Los libros de Peissel no son muy literarios. "Yo explico lo que me ocurre, hablo de mis pies, de cómo me duelen, y de los sentimientos de la gente que encuentro. Se puede vivir el viaje a través de lo que escribo, aunque no soy muy partidario de esa existencia virtual que es la lectura. Los libros son a la vida lo que la televisión a los libros".

En el viaje de su último libro narra el ataque de lobos a los caballos de la expedición y el cólico nefrítico que sufrió a 4.700 metros de altura. "¿El peor momento de mi vida? Mire, nunca he estado tan en peligro como una vez que me dormí al volante en una autopista. ¿El miedo? Yo soy de naturaleza miedosa". ¡Ah, caramba! "Supongo que viajar es una manera de conjurar el miedo, al menos el miedo a tener miedo. Una vez me perdí y tuve un momento de pánico, como el que se tiene de niño. Pero la ventaja del Tíbet es que tienes muy buena visibilidad y es difícil perderte".

Los momentos más extraordinarios que recuerda Peissel tienen siempre que ver con gente. "En este último viaje caminé 28 días con los nómadas que transportan sal; nos despertábamos antes de amanecer y recogíamos las tiendas en la oscuridad, entre cantos antiguos como las montañas".

Peissel se considera un explorador. La palabra, deliciosa, suena un tanto anacrónica. "Es un vano orgullo dar a conocer cosas que no eran conocidas, pero me interesa ir a lugares adonde nadie ha ido, quiero visitarlos antes de que desaparezcan. Aún hay mucho por explorar". ¿Dónde, dónde? "¡Oh!, es mi secreto", ríe Peissel. "La por otro lado odiosa pax americana hay que reconocer que facilita el acceso a partes mundo hasta ahora cerradas. En el centro del Tíbet he visto la zona virgen más grande del mundo. Una tierra de una belleza terrible habitada por nómadas cuya imaginación la ha poblado con miles de demonios". Sí, pero el turismo invade los otrora inaccesibles Ladak, Zanskar, Bhutan. "Es cierto, en Lhasa he visto la apertura de una gran tienda con escaleras mecánicas. El Tíbet tradicional sólo sobrevive en los lugares más apartados". ¿Es eso bueno o malo? "Depende, lo bonito para kodakchrome puede no ser lo mejor para los habitantes. La esperanza de vida en Nepal ha pasado de 20 a 40 años, pero Katmandú es ahora una ciudad contaminada y con mucha criminalidad. La vida se prolonga, pero se degrada, sobre todo por la aculturación: la cultura universal de las zapatillas deportivas y la coca-cola".

Elogiados por gente como Peter Matthiessen y Robert Thurman, los libros de Peissel, en los que ha aplaudido el valor de los luchadores por la libertad del Tíbet a tiros, no deben de hacerle mucha gracia al Dalai Lama, al que el explorador critica por mostrarse débil ante los chinos. "Respeto al Dalai, cuando me lo presentaron congeniamos, pero se equivoca en su política. La rueda de la historia gira a favor de la libertad de las naciones y no es descabellado pensar en un Tíbet libre en el que se junten todos los territorios históricos de cultura tibetana. El Tíbet espera su Bismarck".

Peissel mira hacia el mar y recuerda su nueva empresa de construir un barco como los de los antiguos celtas para atravesar el Atlántico. Sus ojos grises brillan de entusiasmo y afirma como para sí mismo: "Espero explorar hasta que me muera; no sabría hacer otra cosa".

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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