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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Viaje con renuncias

LOS PARTIDOS que están en la oposición se reúnen en congreso, los que gobiernan celebran congreso. El PP clausura hoy el primero que celebra desde que está en el poder. Su objetivo es seguir estándolo, y para ello se propone culminar su proceso de ocupación del centro político. Se encuentra en un momento óptimo para intentarlo: con la economía creciendo a buen ritmo y de manera equilibrada y con la oposición en fase depresiva. Además, sin el riesgo -a diferencia de lo que ocurre en Francia- de un partido a su derecha que amenace su hegemonía sobre el sector más conservador del electorado.El partido fundado por Fraga ha necesitado 20 años para poder plantearse esta conversión en una especie de UCD sin reinos de taifas. Al posfranquismo de Fraga -que ya se veía a sí mismo como centrista- siguió el fugaz experimento populista de Hernández Mancha, que no moló, y el aún más fugaz democrata-cristiano de Marcelino Oreja, del que quedó la adscripción a esa Internacional.

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Aznar, que se proclama un antiguo centrista in pectore, llegó más bien como liberal-conservador, en la estela de Thatcher: denunciando la ineficacia del Estado de bienestar, el despilfarro socialdemócrata, la confusión entre poderes; con fuertes reticencias antieuropeístas y con un "proyecto nacional de España", en contraposición a quienes la habían vendido a los nacionalistas por un plato de lentejas. Las denuncias de la corrupción socialista y el caudillismo felipista se completaban con la defensa de una moral de hombre corriente, austero, que viviría en su casa de siempre, y no en La Moncloa.

Todo ello ha ido matizándose, atemperándose, una vez instalado en La Moncloa y tras apreciar las ventajas de Doñana. El criterio de intervención mínima del Estado era una novedad en la tradición de la derecha española; pronto se vio que tal criterio era compatible con políticas de intervención abusiva (en los medios de comunicación, por ejemplo) y de ocupación de empresas públicas a punto de ser privatizadas. El discurso nacional fue aparcado en aras de la gobernabilidad, y Vidal-Quadras ocultado bajo la alfombra. Se deslizó la especie de que se trataba de un repliegue táctico que se corregiría tras alcanzar la mayoría absoluta en las siguientes elecciones. Pero enseguida se hizo de la necesidad virtud, y de los pactos con Pujol y Arzalluz, prueba de pragmatismo y tolerancia.

Aznar defendió ayer el proyecto de centro reformista con que se propone ampliar la base electoral del PP a fin de que ese partido pueda seguir gobernando en el siglo XXI. Dijo que, como hace 10 años, se proponía cambiar las cosas, abrir una etapa nueva: para hacer frente a los retos de la modernidad, para responder a las transformaciones de la sociedad, reflejadas también en la composición del partido, y para contribuir a al reactivación del grupo europeo al que pertenece el PP. Fue un discurso propio de partido en el poder, moderado y optimista, sin apenas aristas.

El nombramiento de Arenas como sustituto de Cascos en la secretaría general aspira a dar credibilidad a esa voluntad reformista. Pero el primer límite a tal credibilidad es el desconcierto de Aznar ante la extrañeza del público por la forma como ha pasado por encima del congreso en la designación de Arenas. En su despedida, Cascos dio la impresión de querer ajustarse milimétricamente a la imagen que la opinión pública se ha forjado de él: en cuanto duro fajador, eligió su registro más demagógico -tan del gusto del sector mediático con el que complotó- para referirse a los socialistas (autócratas, corruptos, con pretensión de impunidad); en cuanto Isaac dispuesto a ser degollado, sostuvo que, de no haber querido retirarse, seguiría siendo secretario general. Imagen deformada en ambos aspectos: Cascos ha demostrado, en sus relaciones con los nacionalistas vascos, que tanto le alaban, no ser tan duro como la gente piensa. En cuanto Isaac, él mismo dio con la imagen adecuada: fue el doméstico fiel para el trabajo sucio, en la dura ascensión, pero su presencia como secretario general hubiera hecho increíble el giro al centro.

Una política de centro reformista es algo más que equidistancia. No hay centrismo desde el sectarismo y la consideración del rival político como un criminal o un usurpador. Y es algo más que una oferta en busca de demanda. Los socialistas también llegaron a creerlo, hace unos 10 años, cuando todo les sonreía: tras la victoria en el referéndum de la OTAN y su segunda mayoría absoluta, con la economía creciendo al 5% anual y con una distancia de 14 puntos sobre el PP en las encuestas. En su 31º congreso, casi todos los delegados eran cargos públicos. Como ahora. Y el mensaje de González fue la modernidad, Europa, alcanzar en unos años a los países más prósperos. "Sumar y no restar", dijo González, como ahora ha repetido Aznar.

Tiene éste motivos para la satisfacción, y todo el derecho a intentar ampliar sus apoyos con una política de amplio espectro. Ojalá culmine ese viaje al centro sin que se rebele la vieja guardia. Pero no puede pretenderlo, como dijo al final de su discurso en homenaje a Fraga, sin "renunciar a nada", a ninguna de las ideas o principios defendidos en sus 20 años de vida política. Baste recordar que salió a la luz pública con descalificaciones a la Constitución y al Estado de las autonomías. O hay giro al centro, y por tanto, renuncia a muchas de las ideas que ha defendido Aznar en muchos terrenos, o se trata de un mero enunciado oportunista.

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