La fabulosa joya de Cleveland
Presentada por el ciclo de Pro-Música, ha vuelto a Madrid la Orquesta de Cleveland, una de las más asombrosas joyas de la corona sinfónica de Estados Unidos. No se puede tocar con mayor perfección, mejor sonido, más portentoso virtuosismo y más extremada flexibilidad. Escuchar al instrumento vale por una fiesta. Se explica entonces el grandísimo éxito obtenido y la necesidad casi imperiosa de conceder un encore -¡tras la Novena sinfonía de Schubert!- que fue el contundente preludio de Los maestros cantores.Otra cosa son las versiones gobernadas por Christoph von Dohnanyi (Berlín, 1929), hijo del húngaro Erno von Dohnanyi, compositor, pianista y director quien dirigió, en 1929, el estreno de la suite del ballet El mandarín maravilloso, de Bartok en Budapest. Dohnanyi junior hizo de la genial y cruda invención bartokiana una verdadera creación. Creo que, al igual que sucedía con Bernstein, maestro de Dohnanyi, la avasalladora y trágica concepción que escuchamos esta vez no admite casi la disensión. Antes, en su afán de atender lo contemporáneo, tuvimos una clarísima exposición de Ningún sueño de una noche de verano, de Alfred Schnittke, página irrelevante, a mi modo de ver, de las que juegan con el tiempo y los estilos sin alcanzar la categoría de otros intentos análogos (digamos Berio o Halffter).
Orquesta de Cleveland
Ciclo Pro-Música. Orquesta de Cleveland. Director: E. von Dohnanyi. Obras de Schnittke, Bartok y Schubert. Auditorio Nacional. Madrid, 26 de enero.
Pasado y futuro
En la segunda parte, ese milagro de Franz Schubert que es la Sinfonía número 9, en do mayor, síntesis del pasado y aviso de futuro. Aquí sí que caben las disensiones y basta recordar el modelo Celibidache, el anterior ejemplo Furtwaengler o los más cercanos de Giulini y Barenboim, para dudar de una concepción tan rápida, espectacular y brava como la que propone Dohnanyi. Ciertamente, todo se oye con perfección y se combina con magistral equilibrio, pero el alma de Schubert en todos los géneros que cultivó, quiero decir el lied, se evapora un tanto. Digo esto, a pesar de sentirme fascinado por la Orquesta de Cleveland y precisamente por tratarse de un conjunto que hace posible cuanto un director demande. Y no se trata de evitar la retórica elocuente, que Dohnanyi rehúye y hace bien, sino de penetrar en la infinitud del universo schubertiano y hacer "divinas" las longitudes de su obra cupular, como quería Schumann. Todo sea escrito sin olvidar que hablamos de quien hablamos cuya magnificencia nos sitúa, incluso a la hora del desacuerdo, en unos niveles difíciles de igualar.
Babelia
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