El escritor dramático
La primera vocación de Gonzalo Torrente Ballester fue el teatro. Recuerdo que lo primero que leí de él fue El viaje del joven Tobías y me pareció directamente fascista. Estaba escrito en 1938, cuando su autor tenía 28 y estaba en plena guerra civil, rescatado de otras ideologías políticas que le hubieran costado caras. De un tono heroico y espectacular fue también su Lope de Aguirre -una más de las muchas obras escritas en el mundo sobre figura tan singular-; quizá habría que esperar a El retorno de Ulises (1946), otro de los grandes temas de la humanidad, para encontrar al que luego cuajaría y sería el más firme Torrente: el de quitar la cáscara a los mitos, el que guardaba fidelidad a lo mítico y lo fantástico, dentro de la línea tradicional de la literatura de los gallegos que llega hasta nuestro Manuel Rivas, pero trataba de adaptarlo a la medida del hombre. El casamiento engañoso o La república Barataria daban también esa misma sensación de pesimismo del mito. Quizá del mito del Movimiento al que se hallaba adscrito por el rescate de la guerra, como queda más patente en la novela Javier Mariño, dentro de una línea de descripción de la angustia social que pudieron estar en las obras relativamente contemporáneas de Buero (Historia de una escalera), Laforet (Nada) o el también falangista director de cine Nieves Conde en Surcos.Su escritura de teatro fue tan abundante como poco o nada representada. No dejaba de ser un teatro intelectual, de alusiones y concepciones literarias, en una época donde lo que dominaba era la teatralidad o la carpintería teatral, de cuyo juego quedaba fuera. La lectura de los dos tomos de teatro completo (1982) dan por cerrada esa actividad en 1950.
Poco después era un crítico teatral valiente y claro que arremetía con alguna crueldad -sin duda necesaria- ese mal teatro de la larguísima posguerra, donde lo intelectual apenas subsistía: los grandes autores habían sido separados por la muerte, el exilio, y la censura; había una nueva burguesía enriquecida por la posguerra, a la que le faltaban las bases de inteligencia espectadora para recibir lo nuevo y elegía del melodrama, la comedia desternillante, el sainete burdo. Torrente tenía un gran campo de actuación en el periódico donde ejercía, Arriba, órgano oficial de Falange; y residencia de los escritores más brillantes de esa cepa. Pero sin lectores. Nunca han tenido lectores los periódicos de partido en España -si se exceptúa El Socialista en los años de la República-; menos aún un periódico de Falange, que siguió siendo minoritaria entre el núcleo vencedor, notablemente menos intelectual, más de la "derecha" clásica. La crítica de Torrente fue ejemplar; probablemente la mejor de la época. Al mismo tiempo, se iba produciendo en él una evolución política que le fue llevando poco a poco a una posición muy contraria al régimen, más fiel a sus ideas de estudiante.
No vaciló en firmar escritos de protesta contra violaciones de derechos humanos o de los trabajadores y los estudiantes: la misma Falange que le había acogido en El Ferrol, le expulsó de su periódico, y la cátedra de Literatura en un instituto de segunda enseñanza (el bachillerato) le dejó en excedencia: Torrente tuvo que irse a enseñar al extranjero, y perdió creo que definitivamente Madrid: cuando las circunstancias le permitieron el regreso ejerció ya en la provincia, y se dedicó exclusivamente al arte de la novela y a la crítica y el ensayo sobre literatura, a veces rehecha sobre textos anteriores como Teatro español contemporáneo de 1957 o Panorama de la literatura contemporánea (1957) que produjo grandes problemas, discusiones y polémicas: no era nada ortodoxa, y algunos de los escritores contemporáneos más admirados estaban alcanzados por su sarcasmo.
No volvió desde 1950 al teatro: pero sin duda una teatralidad latente, una formación de escritor dramático, estuvo presente en su obra narrativa, y por eso cuando se le llevó a la televisión tuvo un éxito extraordinario. La trilogía de Los gozos y las sombras fue un éxito tan extraordinario que, al mismo tiempo que servía para mostrar que en la televisión española se podía hacer algo bien hecho -y esa época fue mejor que ésta para la creación en televisión- sirvió para el tardío reconocimiento público de un gran novelista. La representación de los años del advenimiento y establecimiento de la III República en una ciudad imaginaria, la lucha entre la barbarie del propietario feudal frente a las reivindicaciones, el desdén de los ricos sobre las clases sociales dominadas, no dejaban de tener el clamor social de los falangistas de la primera hora, pero en la adaptación a la televisión ofrecían un aire republicano.
Fue a partir de ese momento cuando Gonzalo Torrente se convirtió en el escritor reconocido que siempre quiso ser: si el reconocimiento fue tardío, su vida ha sido larga y fecunda, y ha producido después numerosas novelas, algunas de las cuales han pasado al cine, como la Crónica del rey pasmado, también pasada por televisión con verdadero éxito.
Babelia
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