Huir en África
El mes que viene se cumple un año del espectacular viaje que el presidente Clinton realizó por seis países africanos cuidadosamente elegidos. Paisajes de ensueño, bailes coloristas y actos de contrición (¿por qué no creer sinceros?), tendentes a aliviar la responsabilidad histórica estadounidense en la esclavitud y el apartheid, jalonaron un periplo por un continente cuya población vive mayoritariamente en la pobreza y donde los métodos occidentales de desarrollo no han producido una sola economía viable.Fue un viaje peculiar, tintado de singulares contradicciones. De un lado, se trataba de incrementar el papel, las inversiones y el comercio de Washington. Hubo una operación encanto destinada a empujar a los dirigentes locales hacia la privatización, como en tantos otros lugares del planeta. A seguir la vía que conduce a la incorporación sin miramientos de muchas sociedades del Tercer Mundo a una "monocultura económica occidental, dominada por actores enormemente poderosos y cuya motivación es simplemente maximizar las inversiones". Esto no lo escribe un marxista trasnochado, sino William Pfaff, en terminología estadounidense, un liberal humanista y preclaro, inquieto por la que se nos viene encima. Pero también hubo, ya digo, un reconocimiento de culpa en lo que atañe al apartheid: "En todo el mundo había gente como yo, sentada en sus despachos, día a día, que no consideraron la profundidad y la velocidad con las que se les sumía a ustedes en un terror inimaginable", dijo Clinton al Parlamento de Pretoria. Y cuando el presidente Mandela exigió una justa y bien gestionada cooperación para el desarrollo y recordó que para que el comercio beneficie a todos debe tener lugar entre socios, si no iguales, al menos no con la apabullante inferioridad de los africanos, Clinton declaró que "el comercio no puede sustituir a la ayuda cuando hay todavía tanta pobreza,inundaciones, desiertos inmisericordes, sequía, violencia, provisión de alimentos amenazada, malaria, sida y otras enfermedades".
Sin embargo, y como era lamentablemente previsible, no hay más remedio que destacar la inconsistencia de toda una pretenciosamente denominada Iniciativa por África, que reducía la ayuda al desarrollo y buscaba apadrinar a las economías reformistas africanas como potenciales mercados emergentes. En buen castellano, tal Iniciativa ha quedado en agua de borrajas. El mes pasado, The Economist lo traducía así: "La burbuja del interés estadounidense en África se disolverá en 1999".
Y en esas estamos un año después del viaje de Clinton: pobreza, desiertos inmisericordes o selvas imponentes son testigos mudos -a menudo cementerios- del sufrimiento continuo, casi innato, de millones de personas que permanentemente huyen. Se podría decir que la huida en África es consustancial al ser humano. Así lo interpretaba magistralmente El Roto hace un par de años, por boca de una madre africana que, fatalista, transmite el único acervo, generacional, de que dispone: "Hijo, tú huye siempre. Si no sabes por qué, ya te enterarás.
Así está Africa, siempre "enterándose". Prima la violencia, impuesta y heredada del colonialismo europeo, cuyo interés por el continente negro se disipó hace tiempo. Violencia multiplicada por señores (?) de la guerra, sátrapas adulados y asesinos a sueldo, en un pandemonium étnico al que Londres, París y Berlín no son históricamente ajenos. Llevan tiempo enterándose en Sierra Leona, en cuya capital, Freetown, un millón de seres se halla sin agua ni comida desde hace veinte días donde varios miles han dejado de necesitarlas. Allí, el misionero español Luis Pérez Hernández acaba de enterarse de 1o que supone huir por la selva. Y en Angola, donde han comprobado que una guerra devastadora puede durar más de dos décadas . O en Congo, donde la esperanza traída por Kabila al derrocar a Mobutu ha devenido pesadilla. ¿Paisajes idílicos, danzas cautivadoras, safaris y bucólicas acampadas en torno al fuego? ¿Hasta cuándo estas dos Áfricas? El Roto lo tiene claro: "¡Qué fatalidad, nacer negro y no ser petróleo!".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.