El lugar del malo
LUIS DANIEL IZPIZUA Conocí a una mujer, llamémosla Remedios, que recibía una soberana paliza cada vez que su marido, llamémoslo Manolo, necesitaba estimularse. Es posible que hoy la Viagra hubiera endurecido también el biceps. Dados los casos de fallecimiento provocados por la Viagra, es evidente que ésta posee un efecto endurecedor indudable, y así a aquellos pobres les dejó tieso todo, observación que debo a Fernando Savater. Pues bien, la pobre Remedios, harta ya de su papel viagreño, o biafreño, amenazó a Manolo con el divorcio. Pero Manolo, ¡ay! tenía su corazoncito, y tenía una familia papimami, y unos amigos, y un perrito que le ladrara. Sólo le fallaba ella, la biafreña, empeñada en dejarlo solo y abandonado. De ahí que todos al unísono -papimami, los amigos y el perrito- le dijeran: "Pero, para qué la pegas, ¡no ves que estás dando argumentos a esa canalla para el divorcio!". Lo malo no eran las palizas, sino el divorcio. Y es que la mala era ella. Conocí también un país, que no se llamaba Remedios, en el que pasaban cosas igual de extrañas. En él, existía además un lugar, ubicuo aunque étereo, en el que vivían los "ellos", un pueblo de enanos negruzcos y malos de solemnidad. Los "ellos" eran siempre enemigos de algo, y todo lo malo que ocurría en aquel país tenía siempre su causa en algo peor que pudieran estar urdiendo aquellos. No se trataba de nibelungos; tampoco de judíos. No, en realidad, al pueblo de los "ellos" podía pertenecer cualquiera, siempre y cuando recibiera sobre su carne -y cuanto y más alto y rubio peor- la maldad que expulsaban de sí los llamados indígenas, indis o aristococos. Estos no conocían la maldad, y cuando la veían venir o la husmeaban por los alrededores, la arrojaban sobre los "ellos", valiéndose de unas botellas incendiarias en las que aseguraban residía el buen espíritu de Ind-ar-bero. De ahí lo de indis, y de ahí también que los "ellos" se volvieran negruzcos y enanos a causa de tanta maldad. Ultimamente, los indis se habían lanzado con todas sus fuerzas a la búsqueda de la paz. La buscaban tanto, que la habían convertido en algo ubicuo y etéreo, presente en todas partes y en ninguna, y a la que invocaban cual si fueran sus únicos defensores. La guerra, como la maldad, nada tenía que ver con ellos. Y es que era una constante de su concepción del mundo que, hicieran lo que hicieran, los hechos se escindieran en humus y humo, y ellos quedaran siempre libres de polvo y paja. El humo nefasto ascendía siempre al país de los "ellos", mientras que el humus inocente que eran ellos restaba siempre deseoso y receptivo para el bien. Así esperaban ellos ansiosos la lluvia de la paz, y veían expectantes cómo en los círculos etéreos la paz luchaba contra los "ellos", siempre enemigos de algo, y la ayudaban lanzando contra estos algún que otro recipiente de Ind-ar-bero. Como ocurría con Remedios, lo malo no eran las palizas, sino el divorcio; los malos no eran ellos, sino los "ellos". Ese país no queda lejos de aquí. Y, como Manolo, los indis tienen también su corazoncito, y papimami, y los amigos y el perrito que los jalea. Tras sus últimos ataques, con Ind-ar-bero, los indis han recibido los consejos y amonestaciones de papimami, de los amigos y del perrito. "Eso no ayuda a la paz", les decían todos. ¡Caramba! Eso no es que no ayude a la paz, sino que eso, justamente eso, es lo que constituye la guerra. Pero en ese país sólo usan el eufemismo y la lítotes para hablar de sí mismos, excepto cuando se refieren a los "ellos", sobre los que arrojan todas las palabras que no quieren para sí. El amigo Javier Atutxa, por ejemplo, les amonestó hace unos días, y además de decirles que eso estaba mal y que no ayudaba a la paz, les reprochó que estaban dando argumentos a los enemigos de la paz, que, naturalmente, no son quienes lanzan el Ind-ar-bero, sino quienes lo padecen, o sea, los "ellos" y Remedios. Y algo similar vino a decir Carlos Garaikoetxea, aunque la gota de hidromiel la soltó, como siempre, el amigo Xabier Arzalluz, quien acusó a los indis de colaboracionistas del mayor de los "ellos", que para colmo se apellida Oreja, y todo el mundo sabe que los enanos perversos y negruzcos tienen esos apéndices desproporcionados. A resultas de todas estas amonestaciones, los indis han replicado que todo es, en efecto, culpa de los "ellos", que no quieren la paz, y que mientras ésta no gane ellos van a seguir ayudándola. Fue justo lo que hizo Manolo, quien para conseguir la paz... Pero no vamos a contar algo tan terrible. Guardemos silencio. Y recemos por Remedios.
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