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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cajas lacadas

Es falso que los muertos no resuciten. A veces, la magia escénica tiene el privilegio de corporeizar una estantigua y crear en el espectador la ilusión no solamente de que el pasado regresa ennoblecido, sino de que la eternidad le ha tocado con su aliento. Y eso es lo que está sucediendo estas noches en el Real, pues el Ballet del Teatro Marinskii crea un envolvente espacio de leyenda que se acerca mucho a ese imán seductor que tiene las buenas cajas lacadas, esa tradición maravillosa de artesanía donde la filigrana de oro y color se animan por sí mismas para contar un cuento aparentemente arcaico o infantil pero que contienen en el fondo todas las metáforas posibles del gran teatro del mundo.El ballet clásico siempre ha hecho gala de, a través de argumentos aparentemente simples, llegar al fondo de las cosas. Y ese viaje hasta la esencia artística se da a través de los intérpretes, de su genio como bailarines y de su aplicación técnica de un virtuosismo cuyo pulimento brilla como un antiguo barniz nada perecedero. Los bailarines estrella del Marinskii son exactamente esto. A su belleza corporal unen un profundo sentido del baile como arte y no como exhibición, una meta en ballet que tanto joven talento olvida en otras partes de la Tierra.

Ballet del Teatro Marinskii

Las sílfides (Chopin); Sherezade (Rimski-Kórsakov); El pájaro de fuego (Stravinski). Coreografías de Mijaíl Fokin. Director artístico: Majar Vaseiev. Director musical: Alexander Titov. Orquesta Sinfónica de Madrid. Teatro Real. Hasta el 23 de enero.

En el Programa Fokin vemos a la compañía en todo su esplendor por dos razones: la primera, que demuestra su versatilidad estilística y capacidad de adaptación; y la segunda, su rigor y respeto por el patrimonio coreográfico, sea cual sea su procedencia. Otra cosa es que el Kirov-Marinskii pueda entenderse desde una balletomanía fácil y ramplona como una capilla exclusivista del ballet académico. No lo es. Por fortuna, a pesar de los zares y sóviets, aquello es, en buen sentido, el Vaticano y la Meca del ballet, de su sentido artístico último y más universal.

Las tres coreografías son muy distintas entre sí, pero en conjunto reúnen la praxis de todo el decálogo teórico de su creador, un abanico que fue desde la fundación del neorromanticismo de Las sílfides hasta el fenómeno rupturista que hay en El pájaro de fuego y que heredaron directamente en línea coréutica los hermanos Bronislava y Vatzlav Nijinski. En el terreno plástico también habría que apuntar el cimiento de estilización que han legado a todo el siglo XX los trabajos de Bakst y Golovin.

La plantilla baila Las sílfides de una manera muy particular y distinta a como se hace en compañías occidentales y esto parte de un fundamento poco reconocido: la reconstrucción que vemos surgió de la mano de los recuerdos de la propia Agripina Vaganova que había participado en los fundamentos de Chopiniana. El espíritu no es romántico, sino neorromántico, como se encargó tanto Fokin de recalcar, y esto define la linealidad y estructura donde también se puede hablar de asimilación de una naciente academia.

En Sherezade asistimos a la recreación de un cuadro plástico que desconcertó al público de su tiempo por su mímica exótica (cercana al cine mudo en su pasión descriptiva) y por toda una lectura que va de la sensualidad a lo sicalíptico en medio de un proyecto plástico muy cercano al canon de los pintores orientalistas.

El pájaro de fuego contiene mucha urdimbre y referencias de los grandes clásicos de Petipa; de hecho empieza como el segundo acto de El lago de los cisnes y luego las doncellas bajan por una rampa como en La valladera, y la lucha de los monstruos no es otra cosa que un refresco de los ratones de Cascanueces.

Con respecto a los artistas, cada uno de estos solistas merecería muchísimos elogios que hoy día es escaso poder desgranar sobre alguien. Pero mencionemos la concentración de Jelonkina, el poder de seducción de Lopatkina, la gestualidad y brillantez que lleva por dentro en su sangre georgiana Nioradze o la espiritualidad luminosa en Zajarova; y cómo no mencionar el soberbio reinado que ejerce Aissimuratova desde su belleza.

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