Schumann en blanco y negro
András Schiff ha sido el elegido para iniciar la cuarta andadura del Ciclo de Grandes Intérpretes, organizado por la revista Scherzo con el patrocinio de Canal + y Muzzik. Schiff nunca decepciona, ni siquiera cuando afronta autores con los que raramente lo asociaríamos, como es el caso de Robert Schumann, al que dedicó de manera monográfica su recital. Y no lo hace porque, antes que nada, es un gran músico y un artista extraordinariamente consecuente con sus planteamientos estéticos.En otras palabras: su arte es hijo de la reflexión y sus versiones exhalan una lógica perfecta, sin fisuras. Ello ha hecho de él, por ejemplo, una referencia obligada de la interpretación pianística de Bach, quizás la más importante de esta segunda mitad de siglo. ¿Es, sin embargo, esta búsqueda de orden, de equilibrio, de mesura, el equipaje ideal para enfrentarse a la música de Schumann, nacida a golpe de impulsos, excesos e incertidumbres? Es una vía posible, por supuesto, aunque quizás no la que mejor traduce el mundo poético, casi siempre desquiciado e hipersubjetivo del compositor alemán.
IV Ciclo de Grandes Intérpretes
András Schiff, piano. Obras de Schumann. Auditorio Nacional. Madrid, 12 de enero.
Doble personalidad
A Schumann le gustaba desdoblar su personalidad, asumir tipos psicológicos opuestos: acabó enajenado, aunque también la locura puede ser una forma imprevisible de inspiración, como tan bien ha estudiado Charles Rosen en su excepcional estudio The romantic generation (1995), aún no traducido al castellano.En Schumann, como en Hölderlin, conviven lo clásico y lo visionario, la razón y la sinrazón. En este sentido, las Davidsbündlertänze ofrecidas por Anatol Ugorski en esta misma sala en 1993 se sitúan quizás más cerca del ideal schumanniano que las propuestas por Schiff, muy apegado a su condición de danzas. Mientras el ruso parecía echar a andar sin saber adónde lo conducirían sus pasos, el húngaro discurre por un camino clara, y hermosamente, delimitado que apunta hacia una meta divisada en todo momento.
Schiff es, quién lo duda, un maestro del piano y, como tal, calibra con una precisión ilimitada el peso específico de todas y cada una de las notas. Los Estudios sinfónicos, otro ciclo de variaciones encubierto, se beneficiaron de esos destellos constantes de su gran clase, y muy especialmente los cuatro últimos, en los que se aproximó más a esa dicotomía emocional que impregna una gran parte de la obra schumanniana.
Como compendio de técnica pianística, su versión fue un derroche de medios; como plasmación sonora de efusiones anímicas diversas, su versión atemperó de nuevo en exceso los contrastes y no ensanchó lo suficiente el terreno que se abre entre los polos en los que se asienta el frágil equilibrio schumanniano.
En las piezas fuera de programa (una de las variaciones póstumas de los Estudios sinfónicos y la última de las Nachtstücke op. 23) asomó de nuevo un Schumann frágil y poético, y Schiff se despidió entre aplausos cálidos y sinceros pero no encendidos, al igual que sus propias versiones.
Babelia
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