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Televisión y realidad visual

En unas recientes declaraciones a este periódico, el profesor Giovanni Sartori, hablando sobre la televisión, dijo: "La televisión es esencial no porque la vea mucha gente, sino porque el niño que a los tres años empieza a verla tres horas al día obtiene una impresión del mundo a través de la pantalla. Tenemos a un hombre nuevo que pierde capacidad para lo abstracto. La realidad es sólo lo que ve (...). Todos los conceptos abstractos desaparecen y ése es nuestro conocimiento. Por eso veo que la televisión es central".La declaración es contundente y todo el mundo tiende a sentirse de acuerdo con ella; entre otras cosas porque todo el mundo tiende a ver mucha la televisión y a menospreciarla a partes iguales; es una especie de pecado con absolución incluida que deja la conciencia tan laxa como suele quedar el cerebro humano después de tres horas de televisión convencional. Y sin embargo creo que las palabras del profesor Giovanni Sartori en las citadas declaraciones son tan contundentes como inconvincentes a poco que uno las piense detenidamente.

Yo no soy una persona que esté contra la televisión; en todo caso -y en cada caso- puedo estar de acuerdo o no con el uso que se haga de ella. La televisión es un medio y un modo de comunicación. ¿Hay alguien que esté en contra de la comunicación? Por supuesto que no.

Pero sí podemos estar en desacuerdo con lo que se comunica y cómo se comunica. Por ejemplo: el profesor Sartori apunta al hecho de que un niño que está tres horas diarias ante el televisor acepta de tal modo la evidencia visual que abandona la capacidad de abstracción. ¿Por qué? ¿Acaso la evidencia visual de sus lugares cotidianos -la casa, el colegio- propende más a la formación del pensamiento abstracto que la evidencia de las imágenes televisivas? Que la imagen se convierta en evidencia única, en la única realidad, no es un problema de la televisión, sino de la relación del niño con la televisión.

Mientras llega el momento en que su mente sea capaz de aceptar el principio de contradicción, su mundo es una permanente impresión de imágenes, sensaciones y emociones y su entorno formativo hará que las reciba y las almacene de un modo u otro.

La televisión, buena, mala o pésima, es un reflejo del mundo que nos rodea. La idea de que, para el nuevo hombre televisivo, lo que no ve, no existe, me parece una patraña barata. La realidad es lo que percibimos como realidad: ése sí que es un axioma del hombre moderno y, a partir de ahí, establece su conciencia. La televisión forma parte de la realidad y de la cultura de masas; por estúpida que pueda llegar a ser, no tiene detrás un Dr. No en lucha con los valores de la Humanidad; y si alcanza lamentables grados de simpleza, conviene recordar que la ley del mínimo esfuerzo no la creó la televisión. Con lo que llegamos al dilema del huevo y la gallina.

¿Quién empezó primero: la sociedad que traga o el emisor que emite comida-basura?

La realidad -virtual o tangible- no es un faro fijo que guía barcos; al menos, no en el mundo moderno. La realidad es tan confusa que se desplaza sin remedio y ora nos ilumina, ora se parece más a aquellos piratas que en las noches de galerna encendían luces de señales en la costa para que los navíos embarrancaran y así poder desvalijarlos. Pero la noche y la galerna pasan y llega el día, y vivir es asunto nuestro. La televisión-basura funciona porque tiene demanda y forma parte de la cultura de masas. Yo creo que lo primero que hay que aceptar es que la televisión, por nociva que sea, forma parte de la realidad sobre la que el ser humano elaborará su capacidad de abstracción. Demonizar la televisión es como imprecar al temporal porque el granizo nos destroza las plantas de la terraza.

Mucho me temo que lo que de verdad debería estar en cuestión es el gran fracaso de la sociedad de masas ante el reto de lograr un modelo de educación digno y activo para todos. La televisión es un síntoma, pero no es la enfermedad.

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