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A la vejez, gloria

Francisco Peregil

En los colegios, en las tabernas, en las discotecas del país no deja de escucharse esa letrilla que canta Esperanza la del Madera (pronúnciese Maera), de 76 años, bolso negro en ristre con sus pomadas para la ciática y una vocecita de miel caliente que no deja de explotarla a poco que se lo pida cualquier vecino o periodista: "Cuando voy caminando pa la plaza / me preguntan si he visto a Migué Canales. / Él dise que es feliz en la montaña, / que jase mucho tiempo que no sale. / Ay, qué le estará pasando al probe Migué,/ que jase mucho tiempo que no sale./ Tra-la-ra-la-la, la-ra-la-la".

Lo del tralará tiene su intríngulis. Porque Esperanza, en su fuero interno, cree que buena parte del éxito del disco se debe al arte que derrocha ella en esa canción que escuchó hace muchos años a una trianera cuyo nombre prefiere olvidar. Pero sus compañeros, sin negar eso, piensan que la clave está en el compás, en ese tralará, grabado en directo, que, según ellos, levanta a cualquier público donde quiera que suene. El caso es que, entre bromas y veras, enfados y reconciliaciones, el invento ha funcionado. Y los responsables de la casa Senador no dejan de sonreír cuando ven a estos ancianos picados como veinteañeros por un quítame allá esos micrófonos.

Para las actuaciones que han concertado este mes en Salamanca había que aclarar el pasado jueves quiénes iban a compartir habitaciones. Hasta ahora, Esperanza, de 76 años, y La Pastora, de 75, iban de la mano. Pero este jueves, cuando alguien les preguntó, se hicieron las remolonas cada una en una punta del pasillo. Fue Pati, el hijo de La Pastora, quien tuvo que zanjar las cuestión con clase y sentido común:

-¿Qué pasa aquí, hombre? ¿Que seguimos mosqueás? Ustedes os vais juntas, y ya está. A ver si vamos dejando las tonterías, que sois muy viejas ya para andar con enfaditos.

Argumento de peso que si no las convenció provocó el mismo efecto. El grupo lleva cantando en las veladas de Triana desde 1982. Y hace menos de dos años sacó al mercado su primer disco, una obra que no vendió ni la décima parte de ésta.

Ahora, Triana Pura se ha ensanchado. A la Esperanza la del Maera, La Pastora, La Perla, El Herejía, El Coco y El Curro se les ha sumado, hace pocos meses, Manuel Pati, hijo de La Pastora. Se necesitó un suplente de Curro cuando éste sufrió un infarto mientras grababa una versión por bulerías de La Flaca y el médico le prohibió cantar de momento.

A Curro se le saltan las lágrimas recordando aquello y Esperanza le dice:

-No importa que no cantes, hijo mío. Tú, con que te pongas a mi lado en el escenario, ya has cumplido.

Da la impresión de que ni el éxito ni el dinero van a separar a una gente que tantas penas y tantas alegrías compartieron en el mismo barrio. Tal vez por todo aquello que vivieron dicen sentirse trianeros antes que sevillanos.

-Pero de la Triana de antes -concreta El Herejía-. Triana la pura y pura, la de los flamencos Tragapanes, El Titi, El Piojo, El Breva... Aquellos gitanos que bailaban en un palmo de suelo.

-¿Y cómo era aquella Triana, en qué se diferenciaba de Sevilla?

-Era como un pueblo -recuerda La Pastora-. Para atravesar el puente decíamos que íbamos a Sevilla. Los sábados y los domingos había que ver cómo se ponía esa calle Betis y la calle Pureza, con todo el mundo vestido de limpio. Había que escuchar los pregones -y La Pastora empieza a cantarlos- de los que llegaban vendiendo piñones, bellotas, palmitos, madroños, escobones, melojas...; aquel chisquero que tenía voz de frío, aquellos escobones largos para quitar las telarañas y aquel probecito, tan largo y tan delgado, que los vendía, y el de la miel. A las tres de la tarde venía el agua dulce a los grifos, un agua que quitaba el sentido. Y en Nochevieja se cogía un cubo de aguardiente, un cazo y una caja de mantecados, y de casa en casa. En el verano, aquel cine Estrella, con sus jarras de agua y los higos chumbos. Y por la tarde, las mocitas nos sentábamos al fresco en las puertas con los jazmines en la cabeza.

La mayoría de ellos se vieron forzados a emigrar a Sevilla cuando les pidieron 6.000 pesetas por cada piso en la zona de El Tardón.

-Entonces, a mí y a mis hermanos nos recogió en Sevilla mi tía -recuerda El Herejía-. Éramos 21 en un piso de dos habitaciones. Yo terminaba de trabajar en un hotel a las once o las doce y me daba vergüenza entrar en casa, con tanta gente dormida y por el suelo. Ahora, todo aquello les queda muy lejano. Y eso se nota cuando entran en El Corte Inglés de la plaza del Duque. Tanto que tenían que ahorrar cada vez que querían comprarse algo, y ahora van y se escuchan en cualquier planta a cada momento.

Tal vez una de las que más han notado el cambio haya sido Esperanza, la del Probe Migué, madre de cinco hijos, abuela de 13 nietos y bisabuela de dos criaturas.

El Madera, que murió el 1 de enero de hace 13 años, no quería que Esperanza siguiera en el mundo del espectáculo. Ella, que había cantado y bailado por toda España junto a Concha Piquer, Lola Flores y Manolo Caracol, se plegó "muy gustosa" a las exigencias del marido y crió a sus hijos, todos "peritos mercantil"; es decir, bien instruidos y colocados.

Esperanza, para justificar los celos del marido, se saca una foto del monedero de 20 centímetros, donde se ve, ciertamente, a una señora impresionante. "Ahora... que yo tampoco me fiaba de él. Porque era de guapo que no cabía más. ¡Yo he tenido que echar de mi casa hasta a la Ava Gardner! Que vino un día: "¿Está el Maera?" -Esperanza aflauta la voz para imitar a la actriz-. "El Maera está dormío, fuera de aquí".

Bien que se está desquitando ahora de todos los aplausos que no disfrutó entonces. Ya no es Ava Gardner, sino los tunos acuden a la puerta de su casa, en el mismo Triana, para cantarle el Probe Migué.

Y de dinero, ¿qué? Sus vecinos dicen que ha sido una buena amiga de Esperanza, casi noventañera, la que le ha dicho:

-Tú no hables de dinero, mujer, a ver si encima de que todavía no has visto ni un duro van a venir a robarte.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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