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Tres princesas alcaldesas (III)

A. R. ALMODÓVAR Al muy noble y generoso Príncipe Aznarín: Mirad, señor, que aquí fuimos venidas por vuestra real voluntad, y ahora dicen malas lenguas que nos tenéis olvidadas. No lo quiera Dios ni nosotras lo creeremos nunca. Pero es lo cierto que ha pasado la Epifanía y los Santos Reyes de Oriente nada nos trajeron de las variadas mercedes que tiempo ha os tenemos solicitadas, y muy complidamente recordadas por mediación de vuestro leal escudero, el simpático Arenín, quien con el gozo navideño se entretuvo por estas heredades, como siempre, prometedor y magnánimo. Discreta misiva le entregamos de nuestro puño y letra, con el recordatorio de lo principal: una gran azuda al sitio de Los Melonares, para mi Sevilla; un veloz artefacto, de nombre AVE, para Celinda de Málaga; y un soterramiento que llaman de la vereda férrea, para Teofinda de Cádiz (ya que no fue posible suprimir las alcabalas que pesan sobre el doble camino real). De todo ello no vemos sino vagas promesas y menguados dineros. Nos dispensaréis si en algo turbamos vuestra serenidad o le causamos el menor enojo, pero es que el tiempo pasa y nos invade oscura desazón. Máxime cuando por las cuentas reales que acabáis de pregonar damos en el triste conocimiento de las exiguas cantidades que por otros concetos asignais a nuestras tres ciudadelas. Díjonos el archipresente Arenín que eran bastantes las que del antiguo PER, hoy AEPSA, se derivan a las mismas, pero no tal nos parecen a nosotras, con el debido respeto, sino migajas del banquete de vuestra alta mesa. Y más os confidenciamos, so pena de parecer alcahuetas, que el susodicho AEPSA es traducido por estos pícaros moriscos que nos mandasteis gobernar como Acuerdo Especial Para Salvar a Arenas; que no a nosotras. Dicho está, alteza, con la mayor sinceridad. Item más: que como en casa del pobre todo son contiendas, nos las vemos y nos las deseamos para mantener a raya a estos díscolos andalusíes, con mucho quebranto de los nervios. A la dulce Teofinda se le está agriando el carácter y, sobre no tolerar de sus vasallos el más mínimo contratiempo, se le crispa el habla y por la mínima los manda a muy dispensados lugares. La graciosa Celinda hubo de sofocar ha poco una rebelión de menestrales en el mero interior de su palacio. Y yo misma, que os escribo en nombre dellas, ni me atrevo a dar comienzo a las obras del mío nuevo, en el Prado de San Sebastián, en tanto no haya con que distraer a la plebe hispalense, que menuda es. Inclusive inter nos hemos tenido algunas pendencias, por mor de los celillos. Verbigracia: la Celinda de Málaga alegróse en público de que mi Sevilla quedase maltratada por el Plan de Empleo ése que se lleva y se trae nuestro gallardo Arenín. Y hasta por unos descalabros de la escuadra de los once caballeros blancos, que aquí llaman futbolistas, se alegró la muy tontuna. ¡Ay, señor, qué lejos quedan aquellos sabrosos días en que nos llamásteis a vuestra presencia, una a una, y en la próvidas riberas del Pisuerga nos embargasteis sotilmente! ¡Y que otros mendaces digan que fueron falsas promesas, ayudadas de los ricos caldos que por allí se extraen, las que allanaron nuestra voluntad! ¡Qué ingrato es el mundo! Mas no lo seáis vos conmigo, que quedo rendidamente vuestra, como siempre. Solinda, de Sevilla.

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