Armonía en libertad
JOSU BILBAO FULLAONDO Acaba de recoger su última exposición en la sala Dagal de Bilbao. Sus trabajos, cargados de emotividad, desvelan un grado de sensibilidad químicamente puro. Las fotografías de María Elisa Zorriqueta (Barakaldo, 1940) engañan al tiempo y desde su trozo de papel hacen vibrar sentimientos dispares. La manera en que son realizadas, un proceso alternativo alejado de la agresión química del laboratorio ortodoxo, provoca una clave de ambigüedad figurativa. Es una fórmula que abre paso a muchos factores de intensidad artística que conviven en armonía dentro de su libertad expresiva. María Elisa Zorriqueta, después de terminar Filosofía y Letras en la Universidad de Deusto, se trasladó a Buffalo (EE UU) para preparar su tesis doctoral. Era el año 1980 y fue allí donde tuvo su primer contacto con la fotografía. El rito iniciatico llegó de la mano de Stephen Houseneck. Este profesor de la escuela de Rochester fue quien le acercó al blanco y negro y a los negativos de color. Luego, Frank Lavelle le descubrió la cianotipia y las gomas bicromatadas, dos formulas para la obtención de imágenes cuyo origen se remonta a mediados del siglo XIX (se trata de tirajes a partir de una emulsión fotosensible sobre la que se expone un negativo por el sistema de contacto y, tras insolarlo, se revela con agua). Más tarde hizo incursiones hacia el sistema Polaroid, después pasó por el Cibachrome y últimamente está incorporando en su actividad icónica la informática, con el fin de agilizar una manera de hacer muy trabajosa que requiere días hasta obtener la copia que luego enseña. El próximo objetivo de sus cámaras es terminar un libro sobre el municipio de Getxo, que prepara con otros dos compañeros. Sus trabajos, además de haberse exhibido en distintas ciudades españolas, han recorrido galerías de Europa y América. También pueden encontrarse en los libros Fotógrafos vascos:150 años después y Retratos, editados respectivamente por el Departamento de Cultura del Gobierno vasco y la Diputación de Lugo. De la misma forma, ha publicado con regular frecuencia en la revista belga Objectif, especializada en temas fotográficos. Esta profesora de Filología en la Universidad del País Vasco, un tanto reservada, investiga con tesón sobre el lenguaje no verbal y se expresa cómodamente en el medio visual. En ocasiones puede volcarse en la abstracción. Encuentra formas que hace atractivas dejándolas expandirse entre colores variopintos de naturaleza física compleja. A veces recuerdan alas de mariposa desplegadas en primavera, interferencias lumínicas, reflejos de objetos indefinidos que emulan irisaciones de nácar, una combinación descarnada de tono, brillo y saturación. Cuando emprende el camino de la figuración capta al ser humano en gestos y posturas que hablan por sí solos. Parece buscar el abecedario de un lenguaje corporal con alto grado de significado. El indolente vaquero del oeste americano, a la sombra, trae la sensación de la espera ineludible; la joven hierática que apoya el brazo en la espalda de su compañera parece consolar el estremecimiento de una emoción compartida. El apartado que dedica al hombre y sus signos quizás sea el más amplio. Es un recorrido entre barcas, coches, aviones y edificios. Es toda la simbologia de un mundo moderno que aborda desde la reflexión y la mesura. Con sus encuadres, especialmente en lo referente a la arquitectura, es capaz de crear un ambiente muy personal, fruto de una muy pensada selección de ángulos y luz que produce una atmosfera de fantasía. Dentro del despliegue temático de la autora aparece también el mundo de las flores. Es un sujeto de atención dirigido hacia ella misma, algo cargado de exquisiteces cromáticas cuyas formas estimulan un frágil tono romántico. La obra en su conjunto manifiesta cierto halo de ternura mística, a lo que colabora la manera tan pausada en que se elabora. Un trabajo que permite la improvisación y genera siempre la duda del resultado final con su desnuda libertad.
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