Prisionera de su imagen
La campesina indígena que hoy viaja por todo el mundo encarnando a todas las minorías étnicas maltratadas es muy consciente de su imagen. Cuando Elisabeth Burgos empezó a dudar de la eficacia de la lucha guerrillera o de su contenido democrático, Rigoberta Menchú quiso reapropiarse enteramente de su vida. "Entonces negaba que yo hubiese escrito el libro, pretendía que los había redactado en México con la ayuda de unos camaradas y que yo tan sólo había asistido a las entrevistas. Sin duda no se imaginaba que yo había guardado todas las cintas de las 19 horas de conversación. Se las dejé oír a Stoll. Desde ese momento Rigoberta adoptó otra estrategia: acusar a los antropólogos de racismo". Convertida en un personaje político, heroína fabulosa de un destino inimaginable, superviviente de una tragedia, Menchú es hoy prisionera de su imagen y de la imagen de un movimiento que nunca ha reconocido el menor error o crimen. "Lo más patético es que la guerrilla no ha tenido la menor incidencia en la institucionalización de la democracia en muchos países. Hemos perdido el tiempo durante 40 años".
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