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Cuba ausente

Antonio Elorza

Fascinación es la palabra que mejor define el impacto ejercido por Cuba sobre muchos españoles, especialmente en esta última década. Para el turismo sexual, por razones obvias. Para los grandes empresarios, por las importantes ganancias de hoy y ante el futuro turístico de la isla. Para algunos sectores de la izquierda, porque es el último clavo ardiendo al que agarrarse tras la caída del muro. El libro de Manuel Vázquez Montalbán que acaba de aparecer, Y Dios entró en La Habana, les proporcionará sin duda argumentos para perseverar en su fe.Ahora bien, a pesar de las 700 páginas, puede decirse que Cuba está ausente de la obra. Sorprendentemente, sobra élite y falta una visión desde abajo. Hay conversaciones de todo tipo con intelectuales y burócratas del régimen, expertos en componer la figura, hablar de cambios venideros y desmarcarse del estilo de pensamiento soviético. Pero estos tipos simpáticos y cordiales sirven para entender la intelligentsia en sí misma, no para adentrarse en el mundo de Fresa y chocolate o Guantanamera. Tampoco hay espacio en Y Dios... para la disidencia interior, para los Elizardo Sánchez o Gustavo Arcos, o para el obispo de Santiago, a quienes se menciona, pero respetando la censura de un régimen que centra sus esfuerzos en hacerles invisibles. Cabe preguntarse entonces qué demócrata es el que en medio de una dictadura tapa la voz a los demócratas. Claro que, si les ofreciera esa voz, se habrían acabado los gestos de fraternidad. El castrismo tiene sus reglas de tráfico precisas, como buena dictadura que es, y significativamente MVM aparenta moverse por Cuba como si no existieran.

Es obvio que aquéllos que se oponen o disienten del régimen de Castro no son de su preferencia. "En Miami están los peores", se le escapa. De un lado, porque, según ley general que enuncia, lo hace por superar un complejo de culpa. Olvida así que las cosas son posiblemente más sencillas: se critica una revolución, porque merece ser criticada. Y de otro lado, porque, según la vieja técnica con marca de la casa, el crítico algo llevará dentro para escribir o hablar como escribe y habla. "Es un comemierda", proclama la interlocutora oficialista sobre Carlos Franqui sin rodeos. O, como en la dolorosa mención de Manuel Moreno Fraginals, "el en otro tiempo considerado mejor historiador cubano" (por lo visto, título que se pierde automáticamente al residir en Miami), quien, al convertirse en crítico de Castro, se merece que se le recuerden hasta sus escarceos amorosos. La lealtad marca la divisoria. Lo que crea MVM es entonces una cortina de humo sobre esa realidad cubana de que todos los interlocutores de MVM hablan y hablan. Pero nunca la palabra es concedida a esas clases populares que disfrutan de la revolución y de su miseria. Se predica sobre ellos, sobre sus sentimientos de necesaria adhesión a Castro, pero, después de aludir a las dificultades de abastecimiento y a los cerdos criados en las bañeras, el autor regresa al Meliá-Cohiba. Si se adentrara por ese peligroso terreno lo más fácil es que tampoco le dejasen seguir. Pero, de lograrlo, quizá descubriría que si hay consenso aparente en la sociedad cubana es por el carácter delictivo que se asigna a toda opinión crítica y que si las cosas funcionan mal no sólo es por el bloqueo. Podría relatar lo que supone el esfuerzo para sobrevivir trapicheando, entre la presión policial y la corrupción del sistema, sorteando denuncias del CDR.

Claro que entonces dejaría de tener sentido la oposición fundamental entre "la ciudad de los espíritus" (La Habana) y "la de la barbarie" (Miami). Pero es que en Y Dios... no se trata de los cubanos, a quienes les toca malvivir soportando que Castro les imponga la revolución para que muchos componentes de la izquierda europea, como MVM, mantengan la fe en lo que en otros lugares se ha perdido. Cuba es su cielo y, como todos los cielos, azul y hermoso, con el Satán norteamericano que justifica imperfecciones y periodos especiales. "Y Dios entró en La Habana", es decir, Castro entró en La Habana y construyó, dictadura mediante, el paraíso. "Gracias por devolvernos la utopía", decía a los intelectuales cubanos hace poco uno de esos creyentes, que, bien abastecido en el infierno, se preocupa también ante Vázquez Montalbán del vicio nefando del consumismo que amenaza con alcanzar a los cubanos. Lo que la mayoría de éstos, si pudieran, dirían de -llamarían a- estos turistas políticos que pretenden conservarles en la condición de ángeles forzosos de la revolución queda ya citado en otra parte de este artículo.

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