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Reportaje:

El valor de la experiencia

Un grupo de ex toxicómanos acude a diario a La Celsa y La Rosilla para prevenir el VIH entre los heroinómanos

Forman parte de la cohorte de sanitarios y trabajadores sociales que acuden cada día a los poblados marginales de La Celsa y La Rosilla (ambos en el distrito de Puente de Vallecas) para atender a los miles de toxicómanos que acuden allí a comprar drogas. Pero los tres ex toxicómanos pertenecientes a la asociación Universida, que desde 1997 trabajan en el programa de prevención del VIH entre heroinómanos, tienen un bagaje muy especial: conocen de primera mano lo que significa una adicción.Su tarea cotidiana consiste en intercambiar jeringuillas y repartir envases con agua destilada y ácido cítrico para evitar que el consumo de drogas lleve acarreados riesgos de contagio del sida, hepatitis y otras enfermedades.

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Pero, sobre todo, utilizan su experiencia para ganarse la confianza de los drogodependientes, en especial de aquellos que están más alejados de la red asistencial. Y se la ganan. "Es normal, se fían de nosotros porque muchos de estos heroinómanos en activo nos conocen de cometer atracos, de venir a pillar a La Celsa o de la cárcel", explica Pedro Ortega, uno de los ex toxicómanos que trabajan como agentes sociales en Universida.

Este vallecano de 45 años dejó la heroína hace casi una década, y desde entonces se ha dedicado a trabajar en programas de Cáritas y del Proyecto Hombre. Y siempre con el mismo objetivo: ayudar a aquellos que pasan por lo mismo que él pasó.

Una de sus compañeras de tarea es Marisa Belinchón, una bilbaína de 34 años con la que se casó hace seis meses. La suya es una historia que insufla ánimos al más pesimista. Se conocieron hace un año, cuando él era monitor de un programa de desintoxicación del Proyecto Hombre y ella una paciente que luchaba por dejar la heroína. Desde entonces pelean juntos para mejorar la vida de otros toxicómanos. Pero, aunque su historia sea bonita, el trabajo cotidiano de ambos se desenvuelve en un escenario durísimo, el de los hipermercados de la droga de Vallecas.

Cada día llegan en tren a estos poblados acompañados de un trabajador social y cargados con sus mochilas llenas de jeringuillas. Muchos de los toxicómanos que acuden a ellos son viejos conocidos a los que ven cada día más deteriorados. La mayoría les solicita jeringuillas nuevas. Pero en cada intercambio surge la conversación. "No vamos a sermonear a nadie, pero si alguien, por ejemplo, quiere acudir a un centro de desintoxicación, vamos a hacer todo lo posible por ayudarle", explica Ortega. Ayer, un chico de 24 años, enganchado desde los 15, se llevó, además de varias chutas, un papel con la dirección del centro de desintoxicación más próximo a su casa.

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Proceso de reinserción

Ortega reconoce que la primera vez que volvió a La Celsa, un lugar que conocía bien de los años de toxicomanía, algo se le revolvió en su interior. "Superar ese condicionamiento es parte del proceso de reinserción en el que estamos metidos. Eso sí, sólo lo consigues con apoyo psicológico, a pelo es muy difícil", explica. "Hay otros muchos trabajadores sociales de las instituciones que hacen nuestra labor; la diferencia está en que nosotros hablamos el mismo lenguaje que las personas a las que nos dirigimos, y eso ellos lo notan", concluye.Miguel Ángel Cadalso, un toxicómano de 36 años con más de dos décadas de adicción a sus espaldas, y recién salido de la cárcel por un robo, da fe de esa cercanía. "Yo a Pedro le conozco desde hace años, sé que se ha puesto igual que yo, y por eso sus consejos me valen más que los de cualquier psicólogo", asegura. "Ojalá se hubieran repartido jeringuillas hace años, porque eso hubiera evitado que muchos nos contagiásemos de sida", añade. "Yo sigo vivo porque desde una hepatitis que pasé en 1982 decidí que no iba a compartir jamás una chuta con nadie", concluye.

En La Celsa, ayer, en tres cuartos de hora se agotaron las 400 jeringuillas que llevaban los miembros de Universida. Su presidente, Jaime Álvarez, explica que desde mayo la Agencia Antidroga les limita el número de hipodérmicas. "Antes, la Dirección General de Prevención y Promoción de la Salud nos daba todas las que necesitábamos, pero ahora nos conceden sólo 9.000 al mes, la mitad de las que nos hacen falta", afirma. "Es verdad que existen otros servicios oficiales y otras ONG que intercambian jeringuillas, pero también nosotros lo hacemos, y se nos agotan, lo que quiere decir que los toxicómanos las necesitan", añade. Hay drogodependientes que recorren La Celsa y La Rosilla buscando las hipodérmicas usadas y tiradas al suelo para intercambiarlas por nuevas que luego venden para sacar unos duros para papelinas. A nadie le molesta ese trapicheo. El objetivo es evitar que se compartan las agujas, y eso se cumple.

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