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Tribuna:GUIÑOS
Tribuna
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El ojo del teatro Arriaga

Todas las tardes de sesión busca con sigilo el emplazamiento adecuado para conseguir la mejor foto de los actores que están en escena. De esta manera el ojo de Fede Merino (Reinosa, 1943), desde que el teatro Arriaga iniciara su nueva etapa de esplendor con Luis Iturri a la cabeza, viene recogiendo día a día un tesoro deslumbrante. Una selecta colección de personajes del mundo artístico (música, teatro, ballet,..), la historia gráfica del centro dramático por excelencia en el País Vasco que pide sin más aplazamientos su recopilación y edición. Una forma generosa de preservar para la posteridad un aspecto importante del patrimonio cultural de una ciudad y en definitiva de un pueblo. La cámara fotográfica que había en casa fue para Fede Merino un instrumento familiar que empezó a utilizar con once años. Era un niño cuando su familia se trasladó a San Sebastián. Sus lecturas sobre la historia del arte incrementaron su ardor creativo y matizaron aquellos primeros conceptos de composición que había encontrado en las páginas de los tebeos infantiles. Con veinticinco años se traslada a Bilbao para trabajar como representante de confección. Era una forma de mecenazgo para seguir desarrollando su verdadera vocación. El bolsillo superior de su chamarra guardaba la máquina de la que nunca se desprendía. De esquina en esquina, entre comercio y comercio, fue tomando fotos de la vida cotidiana. Paisajes y retratos de personajes anónimos de Sestao, Baracaldo, Bilbao o Erandio, llenan en la actualidad carpetas escrupulosamente ordenadas. El apartado sobre Algorta recibe un mimo especial por su carga emocional, una colección que sigue creciendo desde 1972. Esa fue la época en que conoció a Julio Caro Baroja quien le sugirió método y criterios de trabajo. Las premisas aprendidas hicieron que se centrase, sin dejar el hilo de otros temas paralelos, en el mundo de los pescadores de Bermeo. El resultado fue la publicación del libro "Arrantzales", con prólogo manuscrito por el historiador que aplaude el saber hacer y la eficacia de quien escuchando sus consejos ha recogido numerosas imágenes y situaciones variopintas. La fotografía ha desplazado paulatinamente al vendedor de tejidos. Se ha convertido en una forma de existencia para un autor que vive para ella. Además, se mantiene fiel al B/N y a los productos fotoquímicos. Su espacio de desarrollo le permite dejar a un lado las nuevas técnicas para digitalización de imagen que causan furor en otros creadores. El vacío del apartamento donde vive lo ha convertido en laboratorio. Los líquidos de revelado se encuentran en la cocina y la lavadora escurre las espirales cargadas de película procesada. Las cajas de negativos se amontonan por las baldas del hall. Una mesa de estudio recoge ensayos y proyectos de nuevas formas (densas o traslúcidas), a las que la textura bautiza con nombre propio. En este refugio espera la llegada de la noche. Entonces, entre bambalinas, sigue haciendo fotografías discreto, casi invisible y, por supuesto, sin molestar con sus ruidos a los espectadores de su teatro. Delante de este ojo ciclópeo ha pasado la Opera de Lisboa, Plácido Domingo, Rostropovich, Marcel Marceau, Camarón de la Isla, Nuria Espert,... Se trata de una lista interminable de personajes llegados de todas partes del mundo congelados en instantes explosivos, en el culmen de su actuación, que Fede guarda y mima en un archivo de cifras escalofriantes. Su legado lo conforman fotos sencillas, cargadas de expresión sentimental. Desprenden un sereno respeto por los personajes que han envuelto en formas y movimientos acompasados. Sus trazos recuerdan a los de ciertos pintores orientales, con en el mínimo de materia se busca el máximo significado.

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