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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Mala fe

LOS PALESTINOS han formalizado constitucionalmente su renuncia al objetivo de destruir el Estado de Israel. Clinton, al manifestar en Gaza que "pueden determinar su destino en su tierra", se ha acercado como nunca lo había hecho un presidente de EEUU al reconocimiento del derecho de los palestinos a contar con un Estado propio. Y Netanyahu se ha enrocado. Las dificultades para preservar su mayoría gubernamental, junto con su evidente mala fe, imposibilitan la puesta en práctica de los acuerdos, ya sacados con fórceps, en el encierro de octubre en la plantación Wye. Clinton, debilitado internamente por la perspectiva de que la Cámara de Representantes vote mañana proceder a su impeachment (destitución), no ha logrado esta vez torcer el brazo a Netanyahu al reunirle con Arafat en el paso fronterizo de Erez. Con Clinton en estas condiciones, el acuerdo de Wye se resiente, pues él es su garante. En el fondo, no en la forma, Arafat y Netanyahu pactaron en Wye cada uno por separado con EEUU. Clinton se convirtió así en el vértice de un triángulo sin base: sin relación entre Arafat y Netanyahu. Sin embargo, y a pesar de su frustración, los palestinos se han debido sentir animados por la histórica visita de Clinton a Gaza, dentro de su periplo por Israel. En su presencia, las instituciones palestinas formalizaron la supresión en la Carta Nacional de la referencia a la destrucción de Israel. Se oficializa el principio que viene inspirando el proceso de paz desde la Conferencia de Madrid y los acuerdos de Oslo: "paz por territorios". Lo pactado en Wye parte, sin embargo, de otro principio impulsado por Israel: "territorio por seguridad". Frente a los esfuerzos de Arafat, Netanyahu parece actuar de mala fe: en Wye se comprometió a liberar de inmediato a 750 palestinos y, de forma provocadora, los primeros beneficiarios han sido 100 delincuentes comunes.Netanyahu ha llegado a pedir lo imposible: que los palestinos renuncien a la posibilidad de declararse Estado independiente. Es decir, a su sueño y a la mejor arma negociadora en manos de Arafat de aquí a mayo, para cuando, en teoría, habría de quedar concluido el proceso de Oslo con el estatuto final para Palestina y Jerusalén. Arafat sabe que tal declaración de estatalidad, cuasi amparada ahora por las palabras de Clinton, sería más simbólica que real, pues la Autoridad Palestina no controla una tierra con continuidad, sino a motas. Ahora bien, incluso sin viabilidad, tal Estado podría ser inmediatamente reconocido por un centenar de países. Según lo pactado, Israel debería replegarse el viernes de otro 5% del terreno en Cisjordania, si no queda todo en papel mojado o Netanyahu pretende volver a empezar un proceso de paz desde otras bases. Para seguir gobernando necesita los votos de los ultraortodoxos y colonos, opuestos a devolver más tierras a los palestinos. La situación exigiría, o bien unas elecciones anticipadas que aclararan el panorama, o bien una gran coalición del partido del primer ministro, el Likud, con los laboristas que permitiera asentar el proceso de paz. Primera respuesta: el lunes, cuando el Parlamento vote una moción de confianza, para superar la cual el Gobierno podría escorarse aún más hacia la intransigencia.

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