No, ¿O.K.?
Los puertorriqueños no saben lo que quieren. Pero saben lo que no quieren: incorporarse a EE UU como el 51º Estado de la Unión. Es el mensaje que cabe deducir del referéndum celebrado el domingo sobre el futuro de la isla. La anexión a EE UU ha logrado un 46,5% de los votos, frente al insignificante apoyo a otras opciones como la independencia, el actual estatuto de Estado Libre Asociado o la asociación entre Estados soberanos. Sin embargo, ha triunfado, con el 50,2%, la opción que la oposición obligó a hacer figurar en la quinta columna de las papeletas y que rezaba sencillamente: "Ninguna de las anteriores". De momento, los puertorriqueños se quedan como estaban: su territorio sigue perteneciendo a EE UU, que tomó posesión de él en 1898; preservan su Gobierno autónomo y su pasaporte yanqui, pero su influencia en la política estadounidense seguirá siendo nula.En realidad, más que ante una clara decisión estamos ante un voto de castigo contra la opción integradora -la denominada estadidad- que defiende el actual gobernador, Pedro Roselló. Éste ha anunciado que seguirá, a pesar del resultado, con su política de conversión de la población al bilingüismo, español e inglés. El desastroso resultado del referéndum es en buena parte fruto del error político de Roselló y su Partido Nuevo Progresista (PNP) de convocar la consulta cuando la opción que proponían no había madurado suficientemente, y de mantener la cita con las urnas a pesar de las duras secuelas del huracán Georges que padece la isla desde septiembre.
Por motivos diametralmente opuestos, los puertorriqueños han coincidido con lo que en el fondo, y por más que Clinton se declarase meses atrás partidario de la incorporación, desea la mayoría del Congreso y buena parte de la población de Estados Unidos: evitar que pase a integrarse en la Unión un Estado de mayoría negra y mulata y con el español como idioma oficial. Tras esta tercera votación en 30 años, y después de que en términos absolutos la opción anexionista perdiera 60.000 votos con respecto a la consulta de 1993, Puerto Rico pierde capacidad de influencia. Este referéndum ha constituido un acto de rechazo, no de afirmación. No resuelve el futuro de Puerto Rico, sino que lo aplaza y lo complica.
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