La evasión
La mitología cinematográfica está repleta de magníficos relatos sobre heroicas fugas de prisiones, a cual más complicada y dramática. Pero la fuga de tres presos de la cárcel de máxima seguridad de Alcalá-Meco, el sábado pasado, tiene más que ver con la imprevisión y la negligencia satirizadas en alguna comedia bufa de Berlanga que con la épica y el cálculo esforzado.Los tres fugados, considerados como delincuentes de poca monta, afectados, al parecer, por el síndrome de abstinencia, saltaron una valla de casi tres metros, superaron un foso de seguridad, coronaron un muro de seis metros y una tercera alambrada, robaron el automóvil de un cabo de la Guardia Civil y huyeron en el coche por la puerta principal. Todo ello, sin otro esfuerzo que el necesario para salvar esas vallas y esquivar un disparo de advertencia al aire. Con el agravante de que los sensores de alarma colocados en el foso y en los patios sonaron repetidas veces, las mismas que el funcionario de turno las ignoró con la inconsciencia rutinaria de quien sabe que, a veces, los sensores se disparan a causa del viento o de pequeños animales.
La evasión cuestiona seriamente la eficacia de los sistemas de vigilancia en las cárceles de máxima seguridad. Pero, sobre todo, plantea serias dudas sobre la preparación de los funcionarios que han encadenado esta serie de despropósitos. No es de recibo, por muy escasa que sea la plantilla, que los sistemas de alarma sean ignorados en tres ocasiones, tres, por mucho que a veces "se disparen por error"; ni que muros y vallas de seguridad sean superados con ayuda de unas mantas, una silla y un bidón. Probablemente hubieran encontrado más dificultades para salir de una pensión. Las supuestas razones esgrimidas como atenuantes -niebla, celebración del día de puertas abiertas- son en realidad circunstancias agravantes. Porque la una y la otra exigían que se hubiera redoblado la atención de la Guardia Civil y de los funcionarios.
Lo de menos es la naturaleza poco peligrosa de los fugados, aunque hay que pedir a las fuerzas de seguridad que detengan rápidamente a los tres evadidos, o si los responsables de la fuga son los funcionarios de prisiones o la Guardia Civil. La escasez de funcionarios puede explicar, aunque no justificar, el ridículo de la fuga más fácil en la historia de las cárceles de máxima seguridad.
El expediente disciplinario por falta grave abierto al jefe de la guardia responsable de la seguridad y al guardia que apagó las señales de alarma debe depurar las responsabilidades de ambos, por supuesto, pero debe examinar también todo el sistema de seguridad, no vaya a ser que de tan sofisticado resulte más vulnerable. Es cierto que no estamos en principio ante un fallo técnico, sino humano. Pero es tan improbable esta cadena de negligencias que sólo puede explicarse como el resultado de una falta de organización inquietante y de una más que probable ausencia de motivación o estímulo en los responsables de vigilar a los presos.
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