_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los cuatrocientos golpesXAVIER ANTICH

A pesar del titular, esto no es una crítica de cine. Además, el protagonista de este artículo no es un personaje de ficción. No se llama Antoine Doinel, sino Driss Zraidi. Tampoco es un chaval francés de 13 años, como el adolescente de la película de François Truffaut, sino un ciudadano marroquí de carne y hueso, un adulto hecho y derecho, por más señas inmigrante en la Costa Brava. La noticia saltaba a la luz pública hace un par de semanas y corre el peligro de pasar casi desapercibida, enfrascados como estamos en dos bloques informativos que parece que ocupan toda la energía de las neuronas mediáticas: los fastos de la celebración del centenario del Barça, empañados (¡ay!) por la nueva patología de la vangaalfobia, y la atención concentrada en el mínimo movimiento que se produce en la esfera de eso que generosamente podríamos denominar la política virtual (la cosa política es, como ya todo el mundo sabe a estas alturas, cada vez menos cosa y menos política). ¿En qué consistía la noticia? Por decirlo brevemente: por lo que parece, al menos 10 agentes de la comisaría de los Mossos d"Esquadra en Roses participaron activamente o como espectadores privilegiados de las dos palizas que le propinaron, con dedicatoria incluida, a un ciudadano marroquí detenido y esposado. La fuente es de primera mano; la transcripción de las cintas grabadas en la comisaría de la policía autonómica que han sido entregadas al juzgado que instruye el caso (la periodista Gemma Ribas ofreció en La Vanguardia un extracto que no tenía desperdicio). Por lo que se deduce del informe, los mossos de Roses, constituidos en una especie de comité de bienvenida, golpearon al huésped con una cierta saña acompañada, por lo que registra la grabación, de unos coros de risas y de comentarios más bien irónicos. La voz de Driss Zraidi, el detenido, no parece dejar lugar a dudas sobre el cariño y la simpatía del recibimiento: "Basta, basta por favor, no me pegues más, no me pegues más por favor". Lamentablemente, durante esas 24 horas que Zraidi estuvo detenido, el sistema de grabación de video, que hubiera debido registrar alguna de las palizas, se había averiado: ¡qué curioso! ¿verdad? Parece ser que a las seis de la mañana el detenido volvió a recibir una visita de varios agentes en su celda y que dos testigos, también detenidos, ya han declarado al juez que oyeron cómo se quejaba ante esta segunda agresión. Aquella misma mañana Zraidi era trasladado al hospital comarcal de Figueres con cuatro costillas rotas. Hasta aquí la noticia. La fecha de los hechos: los días 3 y 4 de agosto pasados. A estas alturas, el consejero de Gobernación de la Generalitat, Javier Pomés, todavía no ha dado una explicación convincente de los hechos ni ha hecho en público la más mínima reflexión autocrítica sobre un hecho que es, cuando menos, una vergüenza para el gobierno catalán y que debería abochornar a cualquier ciudadano honrado. No hace falta ser un lector de Raymond Chandler para saber que la policía acostumbra a tener la mano un poco floja. Y no sólo en la literatura de ficción. Y no sólo la policía de los países que muestran un auténtico desprecio por los derechos constitucionales de sus ciudadanos, y tampoco sólo la policía de los regímenes totalitarios y dictatoriales. También, por lo que parece, una policía de diseño como la autonómica, la policía nacional de Cataluña, la nostra. Es cierto que no se puede ser tan iluso ni tan injusto como para considerar que los Mossos como cuerpo merezcan una descalificación general y global por lo sucedido en Roses. Muchos de ellos han nacido con la democracia y conocen la dictadura y sus detestables procedimientos sólo por los libros de historia. Muchos de ellos han crecido y se han formado, queremos suponer, con la conciencia de que la policía no es una enemiga de la ciudadanía ni una vigilante del orden, sino una garantía de la legalidad constitucional y democrática. Y sin embargo, nada de esto puede evitar que se contemple con inquietud y con preocupación una reacción en cadena como la que parece que está en las manos del juez, una reacción que no afecta sólo a uno o dos perturbados. Como tampoco es insignificante el que las autoridades gubernamentales responsables de los cuerpos policiales autonómicos no hayan sido todavía capaces de reaccionar con energía: todos los implicados, ¡salvo uno!, se reincorporaron al servicio unos días después del "incidente". Demasiado preocupados por que nuestra policía hable catalán correctamente, por que tenga un nivel de eficacia equiparable al de la policía de los países de nuestro entorno, por que dispongan de medios tecnológicos a la altura de nuestro final de siglo y por que ofrezcan una imagen atlética y estética que no provoque una abierta repugnancia, objetivos todos ellos razonablemente dignos, quizás los responsables de la consejería de Gobernación han acabado por olvidarse de algo sin duda mucho más importante. Por decirlo de forma rápida: que una policía democrática no puede reproducir ni mimetizar comportamientos propios de la policía de una dictadura. Es de sobras conocido que el Cuerpo Nacional de Policía y la Guardia Civil, a diferencia del Ejército, todavía no han llevado a término su particular transición. Al menos no de forma completa. Pero los Mossos d"Esquadra son un cuerpo nuevo, nacido con la democracia, y algunas actitudes deben ser denunciadas enérgicamente y sus responsables deben ser apartados definitivamente del servicio. Los que pegan y los que se ríen con los que pegan; los actores y los espectadores; aquí no valen rebajas. Asimismo, alguien debería dar explicaciones sobre cuál es la formación que se les imparte a los futuros mossos y sobre cuál es el seguimiento que se hace de sus prácticas profesionales. Lo sé: no se trata de que los mossos lean a Foucault, pero es que uno, modestamente, empieza a temerse que algunos tengan como modelo policial a los protagonistas de algunas películas de serie B o del género Stallone. Los golpes de los mossos (¿cuántos? ¿dos, cuatrocientos, veinte?) duelen más que los golpes de cualquier energúmeno neonazi. Como las balas de los GAL dolían -y duelen todavía- más que las balas de ETA. Y el más se debe a un simple matiz, pero esencial: aquellas balas y estos golpes nos los abonan en nuestra cuenta. De algún modo, los pagamos todos, como una letra que no hemos firmado pero que nos cargan a pesar nuestro. Las palizas a Driss Zraidi no son un hecho intrascendente ni irrelevante. No pertenecen a la política virtual. Son, por el contrario, un caso real de la micropolítica que, en caso de que sea confirmado, debiera producir un terremoto en la macropolítica. Aunque sólo fuera por vergüenza.

Xavier Antich es filósofo y profesor de la Universidad de Girona.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_