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Croqueta

Miquel Alberola

A menudo la distancia que separa los restos de la comida del cubo de la basura recibe el nombre de croqueta. Y pese a que algunos se la comen, está en la periferia de lo que los tratantes de residuos conceptúan como basura fresca. Si es que todavía no la ha traspasado, porque éste es un asunto muy controvertido. Sin embargo esta perversión de la albóndiga tiene sus adeptos. Incluso sus apóstoles, que despliegan la coreografía oportuna llegado el caso, como si el capullo de sedimentos ininteligibles que tienen ensartado en el tenedor fuera una delicia incomparable. Desde que en un amplio sector de la hostelería caló hondo el discurso de que era más rentable contratar a un reciclador de comida que a un buen cocinero, la croqueta conquistó el segmento del aperitivo en las barras de muchos bares y en las mesas de algunos restaurantes. Estos tipos sin escrúpulos y con la cartera por toda deontología la concibieron para camuflar, en el mejor de los casos, el sobrante del día anterior. Lo que el cliente había rehusado un día antes, se lo comía triturado, amasado con leche y harina y rebozado un día después como tapa o como plato. Mientras tanto las cocinas de estos locales se parecían cada día más a un ministerio de Interior. Incluso muchas amas de casa vieron un modo de paliar la mala conciencia occidental del despilfarro de sus hijos en este contenedor gastronómico frito y opaco, en el que cabe lo mismo un meningococo del tamaño de una chapa de cinco duros que un hueso de aceituna. Poco a poco se fue convirtiendo en un vector de la economía doméstica, pero en realidad sólo se trata del eslabón anterior al basurero: es la patria de la legionella, la capsula idónea para incubar la salmonella. En los tiempos que corren, al oscurantismo, más allá de la tentación inconfesa de algún político nostálgico, no le quedan muchos espacios ocupables. Por eso se refugia en la gastronomía y se atrinchera en la croqueta. Por eso oponerse a ella es otra forma de conmemorar el cincuenta aniversario de los derechos humanos.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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