La sucesiónMIQUEL CAMINAL I BADIA
En política nadie sabe lo que sucederá mañana, lo cual es una suerte para todos. Porque hay políticos que se empecinan en predecir o atar el futuro, especialmente cuando su tiempo empieza a declinar. Así sucedió con Carrillo y Fraga, ha sucedido con Felipe González y sucederá con Pujol. Todos aquellos que tengan aspiraciones sucesorias deben tener mucho cuidado y aprender de la experiencia de otros. No es ninguna ganga tener la bendición del líder, porque éste siempre designa al fiel y olvida al más competente, como último acto de afirmación de su liderazgo irrepetible y excepcional. Megalomanías. Y un deseo hamletiano: el más importante es el ausente. ¡Qué delirio gobernar sin estar! Reconozco, sin embargo, el atractivo de predecir fijándose en las tendencias políticas presentes. Es lo que hace Xavier Bru de Sala (EL PAÍS, 21 de noviembre) al anticipar la delantera de la política catalana de un futuro próximo: Carod-Rovira, Maragall, Mas, Duran Lleida, Piqué. Es una posibilidad, sin duda, pero si es arriesgado predecir la política catalana de los primeros años del siglo que ya llega, más lo es ponerle nombres y apellidos. Hoy por hoy, gobierna Jordi Pujol y, mientras gane elecciones, mantendrá su omnipresencia. La pregunta clave, en torno a la cual gira toda la política catalana es la siguiente: ¿Quién será el sucesor de Pujol y qué efectos tendrá? Las respuestas lógicas son dos. La primera es la sucesión como alternativa en la figura de Maragall. La segunda es la sucesión por reajuste y nuevo equilibrio entre las fuerzas políticas del centro derecha. Una y otra estarán afectadas, también, por lo que ocurra en las próximas elecciones municipales de Barcelona y en las generales. Una victoria de Maragall, o incluso una derrota dulce, significaría abrir el camino de la sucesión mediante una opción más en la línea de "la izquierda del centro". La actuación política de Maragall, desde su retorno a Cataluña, busca más un mensaje socialmente moderado y catalanista que una imagen excesivamente centrada en la izquierda. Está dando más prioridad a disputar votos en el centro convergente que a cambiar la tendencia abstencionista en las elecciones autonómicas de votantes socialistas en las legislativas. Acertada o no, es una política que tendría efectos importantes en el caso de triunfar. Fundamentalmente provocaría una mutación del espacio político del centro y dejaría, al mismo tiempo, un espacio social (y electoral) a su izquierda, que la división de Iniciativa per Catalunya (IC) ha dejado en la incertidumbre. La Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) de Carod-Rovira, que le está ganando con claridad el pulso al Partit Independentista (PI) de Àngel Colom, no cubre este espacio y ya ha dado pasos evidentes hacia una ubicación de centro izquierda nacionalista con vocación de bisagra. En el campo político del centro derecha, las posibilidades de división final de la coalición Convergència i Unió (CiU) aumentarían exponencialmente con una batalla feroz por el liderazgo de la oposición. El mejor colocado en la línea de salida sería probablemente Duran Lleida, pero es esencial tener en cuenta dos referencias: las elecciones de Barcelona y las generales. Las primeras podrían poner en la gloria a Molins o condenarlo a la subalternidad. El singular sistema político catalán eleva al alcalde de Barcelona a la categoría de jefe de la oposición, cuando los partidos que gobiernan en las dos instituciones de la plaza de Sant Jaume son electoralmente alternativos. Pero también pueden ser determinantes las elecciones generales, porque una nueva victoria del Partido Popular (PP), conjuntamente con una derrota o fuerte debilitamiento de CiU en las autonómicas, fortalecería a los populares catalanes. Esta es la lanzadera de Josep Piqué, que sólo está en la política para ganar, y volvería sin dudar al sector privado si ganara Borrell. A Piqué no se le puede confundir, en absoluto, con Aleix Vidal-Quadras, el cual agota su brillantez de palabra en causas perdidas. Al ministro de Industria y portavoz del Gobierno sólo le puede interesar un PP camboniano, incluso catalanista exagerando menos que nada. Y si el PP de aquí consigue una imagen más centrada y catalana, ya vendrán nuevos conversos y arribistas, más útiles que Trias de Bes, dispuestos a colaborar. La derecha catalana, más interesada en los negocios que en las identidades, necesita un Piqué para recuperar la moral, con imagen burguesa y liberal, frente a la cara de funcionario de los Fernández Díaz, o contra el quijotismo españolista de Vidal-Quadras. La sucesión de Pujol en el centro derecha tendrá su travesía en el desierto porque las fuerzas contendientes serán tres como mínimo, y si no hay divisiones internas, particularmente en Convergència Democràtica de Catalunya (CDC). Por eso es tan importante para CiU ganar bien las próximas elecciones autonómicas y aceptar el reto de iniciar inmediatamente después la sucesión por decisión propia y no por la voluntad de los votantes. Jordi Pujol tiene ante sí un dilema determinante de cara al futuro. Su nombre da identidad a la coalición CiU y a un movimiento, el pujolismo, pero sin él como cabeza de cartel sólo le queda un partido, CDC. El dilema es muy simple: ¿Quién es primero, él o el partido? Antes de perder unas elecciones tiene que contestar, aunque sea por una sola vez, el partido. Quizá ya está llegando tarde, porque si es difícil imaginarse a Maragall ejerciendo de líder de la oposición en el Parlament, es literalmente imposible ver a un Pujol disminuido en este papel. Supongamos que gana por sexta vez consecutiva. Presidirá nuevamente la Generalitat, pero ya nada será igual, porque Duran Lleida ya ha decidido que está llegando el momento de dar el salto a la infidelidad. Ésta dependerá de los resultados y de la nueva composición del Parlament. Sea cual fuere, Pujol no puede facilitar los intereses de Duran Lleida en contra de CDC y, al mismo tiempo, la confirmación pospujolista de CDC como partido y la promoción de Artur Mas, no convienen a Unió Democràtica de Catalunya (UDC). Todo un problema, teniendo en cuenta que el matrimonio CiU ha sido siempre de conveniencia. En fin, que Jordi Pujol puede llegar al convencimiento de que sin él no hay solución. Pero la democracia tiene una cosa buena, aunque sólo sea weberiana, porque los electores pueden retirar la confianza a quien no ha previsto esta eventualidad. Esto es una solución. El cambio en la estabilidad no asusta y puede ser atractivo para los ciudadanos. Si es así, Maragall habrá sido más listo que Pujol. Arriesgó y se fue, después de ganar sus últimas y más difíciles elecciones municipales frente a Miquel Roca i Junyent. Ahora sólo es candidato y se enfrenta a Pujol, que cuenta con la ventaja de competir como presidente... siempre que los votantes no decidan que ha llegado el momento del relevo. Las elecciones autonómicas más igualadas y más presidencialistas desde 1980 están a la vista: Pujol o Maragall. Los demás candidatos serán menos candidatos que nunca.
Miquel Caminal i Badia es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona.
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