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La enésima víctima del 'doctor Muerte'

Un nuevo cadáver engrosa la lista de supuestos asesinatos de un médico de Manchester

Isabel Ferrer

Harold Shipman, un médico británico de cabecera de 52 años, tiene asegurado un destacado y macabro puesto en la historia delictiva del Reino Unido. Acusado formalmente del asesinato de ocho de sus pacientes, todos ellos mujeres, la policía de Hyde, localidad cercana a Manchester, exhumó ayer un décimo cadáver. La investigación, que es llevada a cabo con gran sigilo para no herir los sentimientos del vecindario, incluye sospechas de hasta 60 asesinatos más. Él niega los hechos y su esposa Primrose, un año menor, suspira anonadada cada vez que los jueces acusan al doctor de un nuevo crimen.Los tribunales le han citado ya para finales del mes en curso y para enero próximo. Winifred Mellor y Joan Melia, ambas fallecidas a los 73 años y Bianka Pomfret, desaparecida a los 49, son las tres primeras víctimas de cuya suerte deberá responder ahora Shipman. Otras cinco antiguas pacientes, cuyos nombres aún no han trascendido, figuran en la siguiente lista a examinar por los jueces. Muertas entre 1997 y 1998, el médico fue casualmente la última persona que las vio con vida. Los certificados de defunción llevaban además su firma, algo natural puesto que se trataba de su médico de cabecera.

Cuando el caso empezaba a cobrar fuerza, Shipman accedió a posar unos minutos para las televisiones nacionales. De estatura media, pelo cano y gafas de montura metálica, mostró cierta impaciencia pero contuvo el gesto. En los dibujos realizados en la sala de vistas cada vez que comparece para ser inculpado de otro asesinato, aparece ahora alicaído y cabizbajo. Sus vecinos, que le conocen de siempre, no salen de su asombro.

En cambio, a la hija de Kathleen Grundy, que dio la voz de alarma, la actitud del médico no le sorprende ya.

Cuando su madre, una viuda de 81 años, falleció repentinamente a pesar de su legendaria buena salud tuvo sus dudas. Al descubrir que la anciana había modificado su testamento a favor del médico dos semanas antes de desaparecer tomó una resolución. Si su madre, que adoraba a sus nietos, era capaz de dejarle 75 millones de pesetas a Shipman, había que investigar las causas reales de la muerte.

Desde que fue alertada, la policía se enfrenta a una de las tareas más angustiosas de su servicio. Tiene que exhumar los cadáveres de mujeres que llevan bien poco tiempo bajo tierra y eran conocidas en todo Hyde.

Denis Maher, sacerdote de la parroquia local de San Pablo, acompañó a los detectives hasta el cementerio cuando sacaron a Marie Quinn, de 67 años. Como en otras ocasiones, forenses y agentes actuaron de noche para no atraer curiosos. Con ayuda de una grúa e iluminados por focos especiales, los restos de la mujer fueron depositados en un lienzo y llevados al instituto anatómico para su examen. "Cuando alguien muere y le dices adiós en un funeral pasa una página solemne. Ahora tenemos que regresar y es horrible", ha reconocido el padre Maher.

Bernard Postles, el detective al frente del caso, no quiere fomentar la imaginación popular y repite que no dará cifras de posibles muertes. "Un hombre ha sido acusado de asesinato y el caso está aún pendiente de resolución", dice cuando es preguntado por Harold Shipman. Terapeutas y psicólogos tienen también asignada una delicada labor. A medida que avanza la investigación, los familiares de las víctimas se hunden cada vez más en la rabia y la desesperación. Confortarles y reunirles para que compartan su dolor y se apoyen mutuamente ha sido una de las primeras medidas adoptadas. En cuanto a Primrose Shipman, nadie en Hyde osa hablar de ella. Libre por ahora de toda sospecha no puede evitar sobresaltarse cuando su hasta hace poco respetado marido accede al banquillo de los acusados.

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