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Ritos de fecundidad en L"Alcúdia.

Como si de un ritual fertilizante se tratara, cada año se celebra en L"Alcúdia el festival Agroeròtic, y sus libidinosos responsables organizan proyecciones de filmes, presentaciones de libros, exposiciones de cuadros y espectáculos varios, con el nexo común del erotismo y la sensualidad. La relación entre el campo y la fornicación es antiquísima, y se remonta a los albores de la agricultura. En muchas sociedades agrícolas, un terreno no se consideraba fértil hasta que las parejas cohabitaban en él, y era frecuente que la noche de bodas los recién casados tuvieran que pasarla al aire libre, para que según el rústico principio de la semejanza la fecundidad conyugal afectara también a los cultivos. Algunas de esas costumbres perduran todavía. En Ucrania, cuando el trigo empieza a verdear, el obeso pope bendice los campos donde los jóvenes matrimonios consumarán el acto. En Java, los campesinos hacen el amor en los bancales, antes de que el arroz comience a florecer. Entre los baganda de África Central, la mujer que ha tenido gemelos se acuesta varios días después sobre la hierba, con una flor de plátano entre los muslos. El afortunado padre vierte sus secreciones sobre esa flor, y así asegura las excelencias de la próxima cosecha de plátanos. En Madagascar, si se prevé una mala cosecha del árbol del clavo, los hombres se acercan de noche a las plantaciones, desnudos, y simulan la unión sexual con los árboles o aprovechan la ceremonia para desahogarse en las anfractuosidades de los troncos. Prueba de la inoperancia de las supersticiones es que en algunos lugares se entienden y practican a la inversa. Así, por ejemplo, los indios de Nicaragua viven en estricta castidad desde el momento en que siembran el maíz hasta que lo recogen. Con igual fundamento podrían fornicar cada hora. Otros grupos mesoamericanos añaden el ayuno a la castidad, pero sólo durante los cinco días previos a la siembra. Temerosos de que el contacto directo de sus cuerpos con el suelo pueda perturbar las cosechas, los mossi africanos tienen buen cuidado de refocilarse sobre esterillas. En Europa, el erotismo campesino tuvo en este siglo su momento cumbre con la aparición de las actrices italianas de posguerra, como Silvana Mangano, que fijaron para siempre sus exuberantes señas de identidad anatómicas en la mente colectiva de millones de italianos, al irrumpir en las pantallas en un momento de grave carestía alimenticia para su pueblo. Cada uno tiene sus hitos personales al respecto, y recuerdo a una joven, siempre recatada, que perdía toda inhibición cuando avistaba un campo de habas, y echaba a correr hacia los surcos. Actitud radicalmente opuesta a la del filósofo Pitágoras, que detestaba tanto las habas que había prohibido su consumo a sus discípulos. La gente de Crotona, que era amiga de las legumbres, conspiró contra él, y una noche rodeó su academia, hizo salir a los discípulos y les zurró. Pitágoras huyó desnudo, pero un destino vengador guió sus pasos hasta un campo de habas. Como las odiaba tanto, se negó a echarse sobre ellas para ocultarse. Razón por la cual fue alcanzado y muerto. Para nuestra suerte o desdicha, a los invitados al festival de L"Alcúdia no se nos anima a fecundar los campos adyacentes, sino a discutir sobre temas tan doctos como los orígenes históricos del striptease o los pormenores de la historia del destape. De este último asunto nos ocupamos en la pasada edición, que se clausuró hace poco. La historia del destape, es decir la de la exhibición gradual del cuerpo desnudo en las publicaciones y en los espectáculos que tuvo lugar en España en los años inmediatamente anteriores y posteriores a 1975, el año de la muerte de Franco, está íntimamente relacionada con la historia de la represión y de la censura. Como sabemos, el nuestro es el país del ámbito cultural occidental sobre el que más y durante más tiempo han pesado las prohibiciones de tipo inquisitorial. Otras naciones tuvieron su Inquisición, pero la española duró hasta 1834, y su desaparición no supuso un aumento generalizado de las libertades, que siempre estuvieron amenazadas. Como era presumible, el resultado de la guerra civil empeoró las cosas. Llama particularmente la atención la inquina de las autoridades eclesiásticas del franquismo contra el cine. Así, por ejemplo, en un artículo publicado en la revista Misión en 1939, el obispo de Pamplona afirma que "sería un gran bien para la Humanidad que se incendiaran todos los cines de la Tierra cada dos días por semana (sic). Dejamos los intermedios para el trabajo febril de la reconstrucción y damos por descontada la ausencia de desgracias personales. En tanto que llegue este fuego bienhechor, ¡feliz el pueblo a cuya entrada rece con verdad un cartel: No hay cine!". Y en Un alto en el camino, un texto de 1948, el padre Ángel Ayala afirmaba que las películas "producen gastos, pérdida de tiempo, desequilibrio en los nervios, daños en la vista, afición a la vida de impresiones, tibieza en los ejercicios de la piedad. (...) El cine es la calamidad más grande que ha caído sobre el mundo desde Adán acá. Más calamidad que el diluvio universal, que la guerra europea, que la guerra mundial y que la bomba atómica". Muchos de estos argumentos, curiosamente, son los mismos que se utilizaban hacia 1895, en los comienzos del cinematógrafo, cuando se temía la influencia del nuevo invento sobre la salud, y también los que se han empleado siempre contra la masturbación: pérdida del equilibrio, ceguera... Con tanto amor al séptimo arte, no es raro que el destape tardara tanto en producirse.

Vicente Muñoz Puelles es escritor.

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