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San Gregorio, mirador de Berrueza

San Gregorio Ostiense, a 60 kilómetros de Vitoria y 70 de Pamplona, se enclava en Piñalba, un alto que asciende hasta los 702 metros desde la localidad navarra de Sorlada. Mirador de la ruta de los pueblos rojizos, en el corredor de Berrueza, Piñalba es un balcón con amplias vistas a la Navarra Media occidental. Allí se erige uno de los exponentes más notables del Barroco del norte de España: la basílica donde reposaron los restos mortales de Gregorio, obispo de Ostia y bibliotecario de Roma, que, según crónicas y leyendas, murió de fatiga en el año 1044, luego de remediar milagrosamente toda suerte de plagas padecidas por los campos de Nájera. Las fulminantes virtudes plaguicidas atribuidas desde la Edad Media a las aguas benditas del santuario hicieron en siglos pasados de él punto de cita muy concurrido, frecuentado por labradores peregrinos de los cuatro puntos cardinales. Las tierras rojas de la merindad estellesa, que en la carretera de Pamplona a Logroño empiezan a extenderse desde Puente la Reina, cobran su color más intenso al noroeste de Los Arcos, en el corredor o falso valle de la Berrueza, por el camino a Santa Cruz de Campezo, que antes fue calzada romana y es paso natural a Álava entre las sierras de Codés y Lóquiz. En la Berrueza no sólo las tierras son de un profundo color vinoso; lo son también las casas de construcción antigua y, sobre todo, las iglesias. De ahí que se hable de la ruta de los pueblos rojizos. La panorámica sobre los pueblos rojizos se obtiene desde San Gregorio (o bien desde el repetidor de televisión de Piedramillera), donde la vista alcanza hasta abarcar buena parte de la Tierra Estella. El rojo de la Berrueza queda delimitado al sudeste por la blancura de los yesos que cercan al municipio de Los Arcos y, al oeste, por las masas gris-azuladas de Peña Gallet y Dos Hermanas, en la sierra de Codés. En la lejanía, pero claramente visibles, quedan recortadas las siluetas montañosas de Monjardín y Montejurra. Los pueblos rojizos que quedan a los pies del alto de Piñalba son, de norte a oeste, Piedramillera, Mendaza, Asarta, Nazar, Otiñano, Ubago y el caserío de Cábrega; hacia el este, con el telón de fondo de las sierras de Lóquiz, Andía y el cabezón de Echauri, se abren hacia el Ega las poblaciones de Oco, Legaria y Murieta. Hacia el sur quedan Mues y Los Arcos, con las llanuras del Ebro en el horizonte. En las cercanías de Sorlada, describiendo un amplio meandro, discurre con mansedumbre el Odrón, río que se abre paso entre laderas carrascosas y campos de cereal, donde todavía perviven algunos grupos dispersos de encinares. La quietud del río es la misma de un paisaje cuyos caminos invitan al paseo sosegado. Desde que en el siglo XIX la ruta de los pueblos rojos fuese transitada una y otra vez por la soldadesca de muy varios ejércitos, la calma parece haberse asentado para siempre en las riberas del Odrón. San Gregorio también conoce ahora la calma, pero no fue ésa la tónica dominante en siglos anteriores. La monumentalidad hoy solitaria de la basílica, con todo su exceso barroco, sólo se entiende desde la fama alcanzada por las reliquias del obispo ostiense, que a mediados del siglo XVIII hicieron un periplo de más de 2.500 kilómetros en carroza real. De aquel largo viaje viene un dicho popular de los pueblos rojizos: "Andas más que la cabeza de San Gregorio". Los autógrafos de Carlos III y Carlos IV, quienes cedieron sus carrozas para que las reliquias viajeras llegasen a tierras recónditas, figuran en los libros del santuario. Se dice que, años antes, Felipe II fue más lejos al pretender llevarse a la Corte la reliquia más popular, la cabeza milagrosa. Entre los siglos XVI y XVIII, época en que queda constancia de peregrinaciones a la Berrueza desde Galicia, Extremadura, Valencia o Andalucia, el santuario sentó precedente de fenómenos devotos más modernos y masivos, tal que Fátima y Lourdes. Así se explica la rica profusión barroca del exterior del templo y el recargamiento rococó de su decoración interior. La portada de la basílica, en un teatral juego de espejos propio del Barroco, adopta la forma de retablo mayor sacado al exterior y abierto a los visitantes. Su deuda con la extraordinaria portada renacentista de Santa María de Viana es evidente, sólo que en San Gregorio ese a modo de retablo exterior, coronado por un cuarto de esfera, se enriquece con columnas salomónicas, profusa imaginería y abundantes motivos decorativos. Esculpida con la mayor solvencia a principios del siglo XVIII por artistas de la misma comarca, la monumental portada pretendía tanto dar al peregrino la medida de la importancia del lugar como servir de altar exterior en romerías y oficios al aire libre. Así, el templo del alto de Piñalba se constituyó en el exponente más destacado del Barroco navarro y su importancia dentro de dicha corriente artística no es menor a la de Santa María de San Sebastián o la Redonda de Logroño. La teatralidad escenográfica alcanza el paroxismo en el interior de la basílica, con sus juegos de espacios, luces y color. Frente a la sombría adustez de la nave neoclásica, cuyas bóvedas se hallan cubiertas por entero de pinturas de la misma época, la cúpula opera como un auténtico cañón de luz hacia el que asciende la más abigarrada decoración rococó, con rocallas, chinescos y yeserías doradas que simulan porcelanas. Todo ello conduce con un efecto de transparencia hacia el altar mayor, donde luce el santo con toda espectacularidad. Con la narrativa propia de un tebeo, las paredes de la nave van contando en grandes viñetas las andanzas de San Gregorio e, igualmente, la decoración del crucero cuenta cómo el cuerpo sin vida del ostiense, fallecido en Logroño, llegó a lomos de una mula hasta el alto de Piñalba, donde recibió sepultura. Desde hace unos decenios, la arqueta que contiene los restos del obispo de Ostia se guarda en el Museo Diocesano de Pamplona, aunque la cabeza, cubierta en plata, sigue viajando al santuario, por mayo, para bendecir las aguas que se vierten por un orificio superior del cráneo y se recogen a su salida por la base de la nuca. En mayo siguen acudiendo a San Gregorio diversas cofradías de labradores, tanto de la comarca como del algún pueblo de Álava, que por tradición confían en las milagrosas virtudes plaguicidas del agua bendita. En siglos pasados la basílica llegó a estar atendida por un abad, seis curas, catorce legos, dos ermitaños que recogían limosnas y algunas mujeres que atendían a los huéspedes. Junto a la basílica perduran las dependencias que fueron cuadras, albergue de peregrinos, hospedería y estancias para romeros, así como el pozo de agua de lluvia. Actualmente, la basílica es atendida por un fraile o, en su defecto, por vecinas de Sorlada.

Datos prácticos

Cómo llegar: Desde Vitoria, seguir la carretera C-132 para, a la altura de Acedo, tomar la C-121 que lleva a Los Arcos. A siete kilómetros de Acedo se encuentra el desvío a Sorlada. Un ramal de carretera asciende desde Sorlada hasta San Gregorio. Desde Pamplona, hay que seguir la carretera de Logroño hasta Los Arcos para, una vez allí, tomar la C-121 y a siete kilómetros desviarse a Sorlada, desde donde se asciende al santuario. Dónde comer: En Los Arcos, Hostal Ezequiel (tlf. 948 640296) y Restaurante Mónaco (948 640000). En el restaurante del camping de Acedo (948 529351) se sirven menús diarios. Alojamiento: Hotel Mónaco, en Los Arcos (948 640000), y el cámping de Acedo (948 529351). Horarios: La basílica de San Gregorio Ostiense está abierta todos los días en horario de tarde, de 16.30 a 18.30.

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