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El metro ya canta

La Comunidad cambia el reglamento para que los músicos puedan actuar en los pasillos

Antonio Jiménez Barca

Hasta hace dos semanas, Isidoro y Miguel, dos músicos aficionados a tocar en el metro, jugaban al escondite en los pasillos con los guardias jurados. Y perdían. Los vigilantes tenían órdenes de no permitir que nadie actuara en ningún punto de la red. Así que echaban a cualquiera que oyeran, tocara bien o mal, fueran pocos o muchos, estuvieran en el andén o a pie de las escaleras automáticas. Un abogado, Javier Serrano, que se tomó el asunto como propio, lo puso en conocimiento del Defensor del Pueblo y de la prensa. Aparecieron las fotos de Isidoro y Miguel con un guardia jurado señalando la salida. Y el presidente de la Comunidad, Alberto Ruiz-Gallardón, que goza de justificada fama de melómano, rectificó y aseguró la semana pasada, en la inauguración de tres nuevas líneas, que los músicos "alegrarían" el suburbano. Ayer lo hicieron sin sentirse perseguidos por primera vez. La Comunidad de Madrid ha modificado el reglamento que impedía que estos artistas se ganaran la vida actuando.Los mismos músicos perseguidos por los vigilantes hasta hace dos semanas fueron buscados el jueves por responsables de metro. Pero no para echarles, sino para que acudieran a acompañar al consejero de Obras Públicas, Luis Eduardo Cortés, del PP, a la estación de Gregorio Marañón, lugar elegido para presentar públicamente el nuevo reglamento. Allí estuvieron ayer los músicos, gente deportiva y poco rencorosa al fin y al cabo. Y ahí estuvieron Isidoro y Miguel, reclutados por casualidad el jueves, con su saxofón y su guitarra eléctrica, respectivamente.

Hasta una decena de grupos diferentes aguardaba al político. La nueva estación de Gregorio Marañón, joya de la moderna ampliación del metro, parecía una idílica postal ilustrativa del transporte público: vagones último modelo, escaleras mecánicas brillando como una vajilla de aniversario, un tipo con un acordeón en una esquina interpretando un tema andino, otra banda atacando en otra esquina una canción blandengue de Mike Oldfield, una tercera esquina ocupada por un guitarrista melódico y con oficio...

El consejero, como en una fiesta, habló con todos, se hizo fotos con casi todos, empuñó una guitarra prestada y explicó después en qué consiste el nuevo reglamento: "En aplicar el sentido común. Cuando se aplica el sentido común no hacen falta reglamentos muy extensos". Así, los artistas podrán trabajar en los vestíbulos de las estaciones y en los pasillos, en los lugares amplios, pero no al pie de las escaleras mecánicas ni en los vagones, por razones de seguridad.

Tampoco habrá selección de cantantes para dirimir quién afina y quién no, como se había apuntado en un principio. "Eso de seleccionar va en contra de mi intelecto, así que el que mejor toque será el que más éxito tenga", explicó Cortés, que se confesó partidario de las viejas rancheras mexicanas y de cantar en la ducha. Antes había hecho un alegato a favor "del arte de la cultura y de la música". Y antes aún, tras escuchar en vivo una canción que proponía el "por delante y por detrás, el 69 y el 73", interpretada por cuatro jóvenes apoyados en un esquinazo, había comentado que "no había que escandalizarse".

Isidoro y Miguel tocaron La chica de Ipanema con una sonrisa en la boca delante de un montón de periodistas. Un ecuatoriano simpoaticote prefirió una vieja y dulzona canción francesa de los años setenta que el consejero, al quite, recordó haber bailado "alguna vez".

Los artistas estaban contentos. Ya está aquí el invierno y el metro ofrece un lugar caliente para ganarse unas cinco mil pesetas en dos horas. Aceptan, en general, las normas del Gobierno regional, que juzgan "razonables". Aunque no todos: cuatro peruanos tocaban ayer El cóndor pasa en los vagones de la línea 7. La razón es fácil: se gana más cambiando de cliente en cada coche que aguardando la moneda en un sitio fijo.

A Isidoro y a Miguel, músicos profesionales con muchos años de interpretación a cuestas, les perseguían los guardias jurados hasta hace dos semanas. Según cuenta el abogado, a Miguel ahora el guardia jurado le echa dinero en la gorra. Y como han salido en un programa mañanero de televisión que se interesó por el estado de los músicos del subterráneo, hasta el taquillero les desea suerte. Incluso han ganado un par de contratos para tocar en locales nocturnos.

Terminada la fiesta, había que trabajar. El consejero y los guardaespaldas abandonaron el metro para salir a la superficie a coger el coche. Los músicos se dijeron adiós. Uno de ellos, para despedirse, formó con dos dedos la 'V' de victoria. Otro alzó el puño. Y se desperdigaron por las líneas en busca de una esquina para cada uno. Hoy también estarán cantando.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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