Animales
En Gran Bretaña se acaba de prohibir la investigación cosmética con animales. Ojalá Europa sirviera para compartir no sólo lo restrictivo (como las trabas legales frente a los inmigrantes), sino también una medida así: esa construcción de civilidad y de cordura, esa ampliación del sentido de lo ético.La investigación cosmética supone, por ejemplo, verter día tras día abrasivos detergentes en el ojo de un conejo sujeto por el cuello; el ojo se quema y se llaga, y no es raro que el animal se parta el espinazo en sus frenéticos tirones para huir de la tortura. Y todo para que luego las tiendas nos ofrezcan doscientas marcas distintas de champú. Esto lo cuenta el filósofo Jesús Mosterín en ¡Vivan los animales! (Debate), un fascinante libro sobre la continuidad ética y vital que existe entre los humanos y el resto de los seres vivos. De lo que se desprende que no es posible ser una persona cabal sin reconocer los derechos de las demás criaturas.
Lo peor es que los excesos de la investigación cosmética no son más que una gota en un océano de horror y de dolor, una menudencia dentro de la abismal incultura con que maltratamos bestialmente a las llamadas bestias. Para luchar contra esto, es necesario crear leyes de protección animal rigurosas y amplias (la que está en proyecto en España es miserable), y exigir apoyo a los políticos; porque es inadmisible, por ejemplo, que este año la Comunidad de Madrid haya financiado con cincuenta millones los ¿festejos? taurinos de los pueblos, y que sólo haya dado una casposa ayuda de cinco millones para las asociaciones protectoras de animales. Pero lo más importante quizá sea educar a los niños en los colegios. Que aprendan que respetar a los animales forma parte del respeto hacia sí mismos.
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