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Una coalición cuestionada

JAVIER GARAYALDE Se va acercando el momento en que se despejará la incógnita de quiénes van a formar parte del próximo Gobierno vasco, y se agudiza con ello la polémica sobre la posibilidad de que, finalmente, sea la opción PNV y EA, con apoyo parlamentario externo de EH, la que prevalezca. Por supuesto, opinar sobre esta o cualquier otra posible opción de gobierno entra dentro de lo lógico y normal. Puede haber, y de hecho hay, las más variadas opiniones sobre qué coalición es la más conveniente para el país y su ciudadanía. Cosa distinta es cuando la historia consiste en descalificar abiertamente una de esas opciones. El voto emitido por los vascos el 25 de octubre hace, de entrada, perfectamente legítima esa coalición de gobierno. Pero hay más. No se trata solo de la legitimidad que todo resultado electoral otorga a quien conforma una mayoría aritmética. La alta participación habida anula cualquier argumento que pretendiera desvalorizarla basándose en la pasividad de una mayoría silenciosa. Y por otra parte, la polarización y la agresividad con que se ha desarrollado la campaña han hecho que el voto nacionalista lo fuera de modo muy consciente en una dirección muy similar a ésta. En realidad, nos encontramos con una ofensiva de opinión de un contenido palmariamente antidemocrático. Su pretensión es que quienes han ganado las elecciones se vuelvan atrás en buena parte de los planteamientos que les han llevado a ganarlas, y que quienes las han perdido consigan imponer por la vía de los hechos lo que los votos les han negado. Según tal pretensión, el voto emitido por los ciudadanos vascos, del modo en que lo han hecho, no puede articularse en una mayoría y por lo tanto, en última instancia, es como si no sirviera para nada. ¿Significa esto, sensu contrario, que, dado ese voto, un Gobierno PNV-EA con apoyo de EH es la única opción legítima y respetuosa con el dictamen de los electores? ¿Significa que, por lo tanto, el objetivo del candidato Ibarretxe de conformar una coalición PNV-EA-PSE es una pretensión absurda o desnaturalizadora del voto? Evidentemente, no. Pero lo que sí significa es algo que viene dado por el más elemental sentido común: quien debería modificar sus posiciones es, lógicamente, quien no ha ganado. En el contexto en que se están desarrollando las conversaciones, eso significa que quien tiene que replantearse sus posturas es el PSE. Esta no es una hipótesis alocada. El PSE estuvo bastante cerca de aceptar el plan Ardanza, y si no lo hizo fue por su miedo a desmarcarse del PP cuando casi nadie pensaba que una tregua indefinida fuera posible. Hoy la situación es distinta. La tregua se está manteniendo y el reto es hacerla definitiva. Ese reto implica una apertura de miras y una flexibilidad que están reñidas con la cicatería y la rigidez. Sin embargo, cualquiera que vaya siguiendo esta polémica en los medios de comunicación se da perfecta cuenta de que lo que se está intentando con los ataques a esa coalición nacionalista, con la descalificación de Lizarra, con la denigración de cualquiera que desde fuera del nacionalismo intente tender puentes o brindar posibilidades de solución, a través de la Disposición Adicional o de cualquier otra forma, es impedir que el PSE mueva ficha. Lo aparentemente paradójico de esta película es que quienes más severamente proclaman que un gobierno integrador precisa de la participación de fuerzas no nacionalistas, son quienes mayores energías están desplegando para que eso no sea posible. En realidad, no es tan paradójico. Pero sí es absolutamente hipócrita. Al final, hay verdades que acaban haciéndose evidentes por su propio peso. Se constituya con quien sea, el gobierno que consolide la paz habrá hecho una función integradora, la de mayor alcance en los últimos años. Y la habrá hecho para todos. Desde esa perspectiva, no se entiende demasiado que alguien quiera automarginarse. A no ser que tenga la cabeza en otro sitio.

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