Un mecano en órbita
UN COHETE ruso Protón acaba de poner en el espacio la primera pieza de la futura Estación Espacial Internacional (ISS, en sus siglas inglesas), un módulo llamado Zariá (Amanecer, en ruso), que esperará la llegada de los restantes componentes en órbita a unos 400 kilómetros de altitud sobre la superficie terrestre. Si no hay retrasos suplementarios ni catástrofes imprevistas, durante los próximos cinco años se irán transportando los módulos que la componen en las lanzaderas espaciales hasta completar su ensamblamiento. Una vez terminado ese proceso, un artilugio grande como un campo de fútbol, en el que podrán vivir y experimentar durante periodos de tiempo prolongados unos cuantos astronautas, girará en órbita terrestre a razón de unos 90 minutos por vuelta.La estación, heredera de los proyectos conocidos como Freedom y Alfa, sustituirá a la Mir, lanzada por los soviéticos hace 12 años, que ha superado sus expectativas de vida útil a pesar de sus múltiples achaques. El coste de la ISS ha ido aumentando de forma notable en comparación con las primeras estimaciones, y su construcción ha sufrido numerosos retrasos, especialmente a causa de los problemas financieros de Rusia. Sin embargo, el lanzamiento del primer módulo al espacio ha supuesto un considerable éxito político, ya que se trata de un proyecto internacional de una envergadura sin precedentes, en el que, bajo el liderazgo de Estados Unidos, participan Europa, Canadá, Japón, Rusia y otros países.
Las posibilidades que la ISS abre en el campo de la investigación en condiciones de microgravedad y como preparación para viajes espaciales de larga duración son enormes. Pero son numerosas las opiniones que ponen en cuestión la idoneidad del proyecto. O, por mejor decir, la congruencia entre un coste en verdad cósmico, del orden de nueve billones de pesetas, de los que ya se han gastado una tercera parte, y los resultados científicos que es razonable esperar de esa inversión. Muchos de esos resultados serán sin duda valiosos, pero hay una cierta coincidencia en apreciar que no justifican un gasto tan elevado que ha llegado a repercutir, incluso, en la financiación dedicada específicamente a esos experimentos. El grueso de los fondos ha debido dedicarse a la construcción de la estación y a su transporte y ensamblamiento, mientras que los destinados al programa científico asociado son bastante modestos.
Lo que parece claro es que la ISS, tanto en su concepción como en su desarrollo, no debe valorarse exclusivamente como un proyecto científico porque no es sólo eso. Las razones de su existencia han sido muy otras. Entre esas razones cuentan: el presente y el futuro de una industria aeroespacial que mueve grandes cantidades de dinero y de mano de obra con problemas de actividad tras la conclusión de la guerra fría y la carrera armamentística; el prestigio nacional y el liderazgo internacional; el deseo de llevar a cabo proyectos de cooperación entre los países más significativos del mundo, incluyendo de modo prominente a Rusia, cuya industria espacial ha tenido enorme importancia y que quedaría desmantelada si no existiera un proyecto como éste; e incluso el factor emocional ligado a la exploración del espacio, vivido con especial sensibilidad en Estados Unidos.
Todas esas razones, y algunas otras, han influido en la decisión de seguir adelante con la ISS, y hacen que su despliegue sea irreversible. No cabe duda, por lo demás, de que el hombre se verá abocado a salir al espacio, primero a las cercanías del planeta madre y su satélite, y luego explorando astros cada vez más lejanos. Disponer de una estación espacial permanente es sólo un anticipo de lo que acabará siendo normal con el transcurso del tiempo.
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