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INMIGRACIÓN CLANDESTINA

Miles de clandestinos claman en París contra la dureza de Jospin

Los 'verdes' se enfrentan a los socialistas en el Gobierno francés

Mientras los últimos huelguistas de hambre africanos sans papiers se recuperan en hospitales de Val-de-Marne de los efectos de un ayuno prolongado durante dos largos meses, y miles intentan pasar a Italia para acogerse a la amnistía allí dictada, miles de personas se manifestaron ayer en París y otras ciudades reclamando al Gobierno socialista la regularización de los inmigrantes. "Señor Jospin, empecinarse no es gobernar", clamaba una pancarta contra la negativa al diálogo por parte del primer ministro.

Fichados, detenidos cuando los abarrotados centros policiales de retención disponen de plazas, los clandestinos son, en todo caso, conminados a abandonar suelo francés en las siguientes 48 horas. Estampas que parecen salidas de otras épocas mucho más tumultuosas se repiten a diario en las marcas fronterizas de la Unión Europea, al tiempo que nuevos grupos de inmigrantes toman el relevo de las huelgas de hambre con la esperanza de que su sacrificio despierte sentimientos de piedad y fuerce al Gobierno a legalizarles en las fechas navideñas.El problema de la inmigración, siempre pendiente, nunca domeñado, un Guadiana que resurge periódicamente, es altamente explosivo en Francia porque su efecto perturbador le sitúa al margen de todo consenso posible. "Pan bendito para el Frente Nacional", exclama el ministro del Interior, Jean Pierre Chevènement, cada vez que los sans papiers (indocumentados) ocupan una iglesia. "Es una espina que infecta a este Gobierno", se indigna la ministra verde, Dominique Voinet, en nombre de todos aquellos que no soportan las penosas imágenes de los inmigrantes clandestinos retenidos en hoteles, estaciones y aeropuertos y abocados a su definitiva expulsión. Es una bomba también porque la inadaptación, el rechazo a una sociedad que reniega formalmente del racismo pero que no está libre de él, contribuye y mucho al fenómeno de la violencia juvenil y anticipa un futuro de fracturas sociales mucho más profundas.

El temor a que Francia pueda ser considerada como el espacio de acogida de "todas las miserias", "todos los males del mundo", provoca sudores fríos en un Gobierno socialista que, como se ha visto esta semana, no soporta que sus socios ecologistas vayan enteramente por libre en este terreno vidrioso. El Ejecutivo de Jospin se aferra a la imagen de firmeza.

En la práctica, los sans papiers devueltos a sus países de origen por avión o por tren en el último año se han reducido notablemente -7.200 frente a los 12.300 de 1996- y el Gobierno ha legalizado a 83.000 clandestinos de los 140.000 que se identificaron y pidieron formalmente su regularización. Con todo, siguen quedando otros 60.000 ilegales identificados, además, claro está, de esa población fantasmal estimada en unos 300.000 más (imposible de precisar) que ni siquiera han dado el paso de solicitar su regularización. El rebrote de la polémica que ha dividido esta semana a la coalición demuestra que para una parte de la izquierda plural francesa el pragmatismo y realismo característicos de la era jospiniana resulta indigerible. cuando se aplica en el terreno lacerante de los sans papiers.

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