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Perro de presa

650.000 pesetas es lo que le puede costar a Juan José Téllez, periodista, llamar perro de presa a un individuo del ministerio fiscal y, que se sepa, el Código Civil no ha sido sancionado a pesar de llamarle individuo. Estamos hasta las astas de escuchar y convivir con insultos y todo un rosario de calificaciones por debajo del cero. Están próximas las que Gaspar Zarrías dedicó a Javier Arenas, sin que el fiscal asistiera a dirimirlas, o las manifestaciones de Rajoy, famoso por su raja que te raja, que podrían ser un venero de euros. No asisten y no actúan, por lo que da la impresión, en este caso, que, como el autor de la frase es periodista y el ofendido fiscal, se mueve más por corporativismo que por el contenido de la frase, cediendo la libertad de expresión ante una realidad, la de quienes tienen la potestad de acusar sin costas y hacer pagar un error, al decir de la sentencia, en la elección de los términos periodísticos. No es extraño que situaciones así alimenten el descrédito de la justicia. No porque la expresión sea costosa para un profesional en una sociedad que convive con manifestaciones injuriosas, que no participan del error y que son vertidas por algunos jueces, cuyos nombres están en la mente de todos, sin que los fiscales de turno o de iglesia muevan el dedo para acusar, sino porque el uso y el tiempo judicial podrían ser ocupados en su integridad, y no sería suficiente, para atender demandas sociales. Más en el Campo de Gibraltar, donde ahogados, drogas, contrabando y delitos de toda clase son moneda corriente y exigen su presencia, sin que se comprenda que se distraiga en velar por el honor de un fiscal que le pertenece, con y sin calificación periodística, porque no se debe ignorar que, a veces, el fiscal, en su escrito de calificación, sienta en el banquillo a quienes son inocentes y su equivocación no le alcanza y sí afecta al honor de quienes son sentados y siempre estuvieron de pie. Una cosa más, lo que es seguro y lo piensa quien es fiscal, es que el fiscal no es un perro, pero puesto a serlo, metafóricamente escribiendo, no es de aguas ni faldero, sino de acoso y presa.

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