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Memorias de Cortadillo

J. M. CABALLERO BONALD Siempre me produjo una cierta frustración la lectura de Rinconete y Cortadillo. Lo he dicho por ahí alguna vez. Recuérdese que la breve y ejemplar novela de Cervantes termina cuando los dos mozos, después de la preceptiva inscripción en la "infame academia" de Monipodio, van a iniciar sus merodeos por la fastuosa Sevilla a caballo de los siglos XVI y XVII. Dice el autor al final del relato, refiriéndose a los dos nuevos cofrades del hampa, que "sucedieron cosas que piden más larga escritura, y así se deja para otra ocasión contar su vida y milagros". ¿Por qué esa renuncia a seguirles los pasos a Rinconete y Cortadillo, precisamente cuando más podía haberse lucido su creador por aquella deslumbrante babilonia sevillana? Julio M. de la Rosa ha ideado de manera espléndida esa "vida y milagros" que Cervantes prefirió no contar. Por supuesto que no es ni un atrevimiento ni una petulancia ni un alarde. Es simplemente un ejemplo de literatura en estado puro. Sus Memorias de Cortadillo prolongan, incluso con modestia, un texto hermoso y una trama súbitamente interrumpida. Se trata pues de un trabajo que incluye otros trabajos: es un tributo emocionante al autor de Rinconete y Cortadillo, una nueva guía por los recodos de la picaresca clásica sevillana y un intachable ejercicio de estilo. Cortadillo, ya anciano, recluido en el Hospital de la Caridad, evoca su vida pasada, que no ha sido exactamente la de un discípulo aventajado de Monipodio. Ni él ni Rinconete -según insinuó Cervantes y corrobora Julio M. de la Rosa- oficiaron mucho tiempo en el hampa o en funciones de "mozos de la esportilla". Ocurrió algo no del todo imprevisto: cuando lograron acrecentar sus caudales, abdicaron de la golfería y adquirieron un mesón, el mismo en el que hallaría generoso refugio el desdichado Miguel de Cervantes. Esa presunta derivación temática resulta de veras conmovedora. El hecho de que el propio Cervantes aparezca en este libro como un personaje más y entable una íntima relación amistosa con Cortadillo, personaje a su vez creado por Cervantes, genera muy atractivos efectos de correlación argumental. La sabia, memorable auscultación del autor de Rinconete y Cortadillo en los bajos fondos de la Sevilla barroca se complementa con el muy nutrido acopio de datos posibles aportados por el autor de Memorias de Cortadillo. Este es sin duda un libro que ennoblece de modo singular a quien lo escribió. Y no sólo por cuestiones estrictamente literarias. Julio M. de la Rosa se ha permitido, en efecto, plantear unas fervorosas, solventes presunciones sobre las enigmáticas andanzas sevillanas de Cervantes y de su fiel amigo Cortadillo. Una escritura eficiente y una manifiesta pericia en los reajustes temáticos avalan ese apasionante registro imaginativo. Pero, al lado de ello, destaca en todo momento el rango de una servidumbre que ha alcanzado, a través del propio proceso de la creación literaria, un rango admirable: el que ratifica que quien así escribe pertenece a la gran estirpe cervantina.

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