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El ecologismo moviliza Mallorca

Más de 30.000 personas reclaman en Palma la paralización de las urbanizaciones

"No más urbanizaciones; prou (basta ya) de destruir Mallorca". Detrás de estas y otras muchas proclamas, más de 30.000 personas, según los ecologistas convocantes -15.000, según la policía local- desfilaron anoche por el centro de Palma de Mallorca para evidenciar su protesta por el crecimiento descontrolado del urbanismo. Pero también fue una gran fiesta que se alargó hasta pasadas las once de la noche.Entre los manifestantes predominaban los jóvenes, varios grupos de extranjeros, una amplia representación política, excepto la del Partido Popular, y representantes de prácticamente todos los ámbitos sociales.

El recorrido ha sido la gran ocasión para exteriorizar el sentimiento de que Mallorca ha llegado al límite del crecimiento posible en el desarrollismo turístico de una de las islas más ricas del Mediterráneo. Quizás la más rica. La manifestación es la más concurrida en la historia de Palma de Mallorca, a excepción de la que tuvo lugar con ocasión de la muerte de Miguel Ángel Blanco.

Hacía calor en este raro otoño mallorquín y muchos jóvenes poblaban la marcha, moteada por el monótono son de las xirimías (gaitas del sur). Ayer, un almendro floreció en un valle de Mallorca como testimonio de un fenómeno cada día más excepcional. Cerca del almendro se cultivan las mejores hortalizas, pero ya quedan muy pocos payeses mallorquines. La mitad de los huertos del valle se han convertido en residencias turísticas, muchas de ellas en manos de extranjeros, en especial alemanes, que llevan a cabo una invasión silenciosa en los mejores solares, fincas y casas antiguas de los pueblos del interior. El cemento hunde sus raíces en muchos entornos de paisaje clásico y el marco de acero inoxidable se impone a la escasa memoria y sensibilidad patrimonial de muchos propietarios que permutan bienes por capital instantáneo. El detalle de la realidad de la isla es muy complejo y difícil de explicar a secas. Parece pura política y es que una línea sobre el territorio, una calificación urbanística determinada puede transformar un trozo de Mallorca en una inversión a fondo perdido incalculable.

"Ni un palmo más de cemento", explicaba un señor de Benisalem de mediana edad desplazado adrede al corazón de Palma para subrayar su inquietud. Él razonó que el agua potable escasea, las carreteras y algunas de las pocas autopistas ya no dan siempre abasto, la única gran central eléctrica de las islas se colapsa cuando los motores de los aires acondicionados del bienestar creciente se activan al unísono, y, para colmo, no está resuelta la eliminación de los residuos sólidos, toda vez que una montaña de basuras se acumula junto a la sobresaturada planta incineradora.

"Ya no es sólo en agosto cuando sentimos el agobio de ver duplicada, como mínimo, la población estable de 600.000 residentes. El turismo implica que cada habitante tiene su duplo y el espacio sigue siendo el mismo". Esta reflexión de María J., una profesional liberal radicada en Palma desde hace 10 años, que compartía el manifiesto eje de la protesta ecologista, que también suscribió la cantante María del Mar Bonet, la actriz Rossy de Palma, el fiscal Ladislao Roig y el arquitecto Pere Nicolau, entre otros 600 impulsores de un manifiesto unitario que también tuvo el apoyo indirecto de los estamentos religiosos y de las patronales de comercio. Todos encendieron las luces de alarma: hay que salvar el paraíso.

El Ejecutivo balear, la derecha que gobierna desde hace 15 años, y el Consell de Mallorca, integrado por un frente socialista y nacionalista, calentaron con un gran despliegue publicitario contrapuesto a la multitudinaria marcha que pretendía "congelar y anular los planes de destrucción total que puede llegar con tanto desarrollismo", reflexionó Tomeu, un manifestante venido en autobús desde 50 kilómetros.

"Me comprometo a cumplir el compromiso de ordenar el territorio". De esta forma, el presidente conservador de Baleares, Jaume Matas, agotó su voz horas antes de la manifestación para interferir su posible éxito y sumarse a la corriente que veía venir. "Comparto completamente los objetivos", insistió. Pareció un árbitro confuso entre la multitud que le recriminaba su política. Aquel mismo día, el PP del municipio de Sant Josep, de Ibiza, donde algunos hoteles de lujo clavaron sus cimientos en los estanques de las salinas, aprobó in extremis un nuevo campo de golf y una urbanización más.

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